«No menospreciéis a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre» (Mateo 18: 10).
Las historias de ángeles y de su interacción con los mortales nos cautivan, maravillándonos y llenándonos de fuerza y esperanza. A menudo oímos hablar de su poder para proteger y rescatar, de los incansables esfuerzos que hacen por nosotras. Sin embargo, algo que sucedió hace años me permitió descubrir otro aspecto de su divina personalidad, uno en el cual no había pensado antes.
Mi hija, Suzy, tenía tres meses, esa edad en la cual los bebés comienzan a hacer arrullos y a reír cuando les hablas. Acababa de darle un baño y de ponerle un vestido rojo con volantes. Como toque final, le coloqué un lacito rojo en la cabecita, sin apenas pelo, utilizando un trocito de cinta adhesiva, y la tumbé para que se durmiera. Su cuna estaba colocada de manera que podía ver su carita desde la cocina.
Pero no se durmió. Al contrario: comenzó a reírse una y otra vez. Cuando me asomé a la puerta, estaba mirando hacia la pared, moviendo enérgicamente los bracitos. Después se quedó quieta unos segundos, observando y escuchando atentamente, sin apartar la vista de ese punto en la pared, antes de que le invadiera de nuevo una carcajada. Parecía que alguien estaba mirándola y haciéndole reír. Me quedé desconcertada, pero al instante se me ocurrió lo que podía estar sucediendo: ¡Suzy y su ángel de la guarda estaban manteniendo una conversación! Tenía sentido, pues un bebé inocente, recién salido de las manos de Dios, ingenuo y sin haber sido tocado aún por el pecado, es más de lo que un ángel puede resistir.
Un año escribí a cada uno de mis hijos una carta el día de su cumpleaños. En ella compartía con ellos historias de su niñez, e incluí este suceso en la carta de Suzy. Muchos años y muchas experiencias vividas después, me telefoneó una noche diciéndome: «Mamá) me ha pasado una cosa extrañísima hoy en el trabajo. Me levanté de mi mesa y de repente sentí como si hubiera ángeles conmigo. Me giré para echar un vistazo, casi esperando verlos allí. No los pude ver, pero sentí
Por supuesto que estaban allí con ella. Jamás se han alejado.
Rhoda Wills
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Tomado de: Lecturas Devocionales para Damas 2017
“Vivir su amor”
Por: Ardis Stenbakken.