martes , 23 septiembre 2025
Notas de Ellen G. White 2025

El Tabernáculo

 

Satanás ha distorsionado el carácter de Dios. Lo ha revestido con sus propios atributos. Lo ha representado como un ser de inflexible severidad. Ha impedido al mundo contemplar el verdadero carácter de Dios, interponiendo su sombra entre los hombres y el divino. Cristo vino a nuestro mundo para eliminar esa sombra. Vino a representar al Padre. Dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Oró para que sus discípulos fueran uno con él, como él era uno con el Padre. Los hombres han declarado que esta unidad con Cristo es una imposibilidad, pero Cristo la ha hecho posible poniéndonos en armonía consigo mismo, por los méritos de su vida y sacrificio. ¿Por qué hemos de dudar del amor y del poder de Dios? ¿Por qué no ponernos del lado de la fe? ¿Contemplas los encantos y atractivos de Jesús? Entonces procura seguir sus huellas. Él vino a revelar al Padre al mundo, y nos ha encomendado la obra de representar su amor, pureza, bondad y tierna simpatía a los hijos de los hombres (The Signs of the Times, 15 de abril, 1889, párr. 6).

El labrador escoge una parcela de terreno en el desierto; la cerca, la limpia, la trabaja, la planta con vides escogidas, esperando una rica cosecha. Espera que este terreno, en su superioridad con respecto al desierto inculto, le honre mostrando los resultados de su cuidado y los afanes con que lo cultivó. Así Dios había escogido a un pueblo de entre el mundo para que fuera preparado y educado por Cristo. El profeta dice: “La viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta suya deleitosa”. Isaías 5:7. Sobre ese pueblo Dios había prodigado grandes privilegios, bendiciéndolo ricamente con su abundante bondad. Esperaba que lo honraran llevando fruto. Habían de revelar los principios de su reino. En medio de un mundo caído e impío habían de representar el carácter de Dios.

Al igual que la viña del Señor, habían de producir un fruto completamente diferente del de las naciones paganas. Esos pueblos idólatras se habían entregado a la iniquidad. Sin ninguna restricción se ejercían la violencia, el crimen, la gula, la opresión y las prácticas más corruptas. La iniquidad, la degradación y la miseria eran el fruto del árbol corrupto. Muy diferente había de ser el fruto dado por la viña plantada por Dios.

El privilegio de la nación judía era el de representar el carácter de Dios tal como había sido revelado a Moisés. En respuesta a la oración de Moisés: “Ruégote que me muestres tu gloria”, el Señor le prometió: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro”. Éxodo 33:18, 19. “Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: Jehová, Jehová, fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad; que guarda la misericordia en millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado”. Éxodo 34:6, 7. Este era el fruto que Dios deseaba de su pueblo. En la pureza de sus caracteres, en la santidad de sus vidas, en su misericordia, en su amante bondad y compasión, habían de mostrar que “la ley de Jehová es perfecta, que vuelve el alma”. Salmo 19:7 (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 227, 228).

Notas de Elena G. White para la Escuela Sabática 2025.
3er. Trimestre 2025 «EL EXODO: VIAJE A LA TIERRA PROMETIDA»
Lección 13: «EL TABERNÀCULO»
Colaboradores: Xiomara  Moncada y Karla González

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