«No había lugar para ellos en el mesón»
Lucas 2: 7.
El edicto de la Roma imperial para empadronar a los pueblos de sus vastos dominios alcanzó hasta los moradores de las colinas de Galilea. Pero José y María no fueron reconocidos ni honrados en la ciudad de su linaje real. Cansados y sin hogar, siguieron en toda la longitud la estrecha calle, desde la puerta de la ciudad hasta el extremo oriental, buscando en vano un lugar donde pasar la noche. No había sitio para ellos en la atestada posada. Por fin hallaron refugio en un tosco edificio que daba albergue a las bestias, y allí nació el Redentor del mundo».
Como muchas otras personas que llegan a nuestras latitudes procurando empadronarse, José y María no fueron bien recibidos. En general, los inmigrantes, solicitantes de asilo o simples extranjeros pobres inspiran desconfianza en todas partes y en todas las épocas. Y si estos forasteros hablan otras lenguas que no entendemos, son de otra raza o llegan a nuestras fronteras, o a nuestras puertas, sucios, hambrientos e inoportunos, nos molestan mucho más. Si tienen cualificación laboral, tememos que nos quiten el trabajo. Si no la tienen, tenemos miedo de que nos roben. Si vienen como refugiados políticos, se hacen sospechosos de traer ideas revolucionarias capaces de perturbar nuestra sociedad ejemplar (?), o de pertenecer a mafias que trafican fuera de la ley.
Hace solo unos años tuve que acompañar a una joven de nuestro entorno familiar, una preciosa haitiana, a empadronarse y a arreglar sus papeles para poder residir en España. Nunca creí que una gestión tan sencilla, legal y humanitaria podría convertirse para mí en una experiencia tan compleja y hasta humillante, que me permitió vislumbrar, no tan de lejos, lo que pueden tener que vivir algunos inmigrantes para conseguir ser integrados en un país supuestamente «de acogida». Como su pariente más cercano estaba trabajando en un país extranjero, precisamente en una agencia dedicada a acoger refugiados, tuve que acompañar yo a la joven a hacer las gestiones pertinentes con el departamento de emigración. La manera de tratarme y las preguntas inquisitoriales que me hicieron algunos funcionarios dejaban a entender, a las claras, que temían encontrarse ante un proxeneta, metido en un turbio caso de trata de personas.
Señor, ayúdame a tener siempre lugar para acoger a quien me necesite, venga de donde venga. Recuérdame que al hacerlo te estoy acogiendo a ti (ver Mat. 25:34-40).
ANTE LAS NECESIDADES DE MI ENTORNO
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2025
«CON JESÚS HOY»
Por: Roberto Badenas
Colaboradores: Nesthor Caraballo y Silvia García