Si las energías mal encauzadas fueron dedicadas a agradecer y transmitir las ricas provisiones de la gracia de Dios en esta vida, ¡qué testimonios podríamos colocar en los recintos de la memoria, recordando las misericordias y los favores de Dios!… Entonces tendríamos el hábito de llevar con nosotros, como un principio permanente, el deseo de acumular los tesoros espirituales tan ferviente y perseverantemente como los mundanos trabajan por la obtención de las cosas terrenas y temporales.
Bien podéis estar descontentos con la provisión actual, cuando el Señor tiene un cielo de bendiciones y una tesorería de buenas cosas para satisfacer las necesidades del alma. Hoy necesitamos más gracia y una renovación del amor de Dios y de las señales de su bondad, y él no retendrá estos buenos y celestiales tesoros del que los busca en verdad (Mente, carácter y personalidad, t. 2, p. 830).
El Señor obra de continuo para beneficiar a la humanidad. Está siempre impartiendo sus bondades. Levanta a los enfermos de las camas donde languidecen, libra a los hombres de peligros que ellos no ven, envía a los ángeles celestiales para salvarlos de la calamidad, para protegerlos de “la pestilencia que ande en oscuridad” y de la “mortandad que en medio del día destruya” ( Salmo 91:6 ); pero sus corazones no quedan impresionados. Él dio toda la riqueza del cielo para redimirlos; y sin embargo, no piensan en su gran amor. Por su ingratitud, cierran su corazón a la gracia de Dios. Como el brezo del desierto, no saben cuándo viene el bien, y sus almas habitan en los lugares yermos.
Para nuestro propio beneficio, debemos refrescar en nuestra mente todo don de Dios. Así se fortalece la fe para pedir y recibir siempre más. Hay para nosotros mayor estímulo en la menor bendición que recibimos de Dios, que en todos los relatos que podemos leer de la fe y experiencia ajenas. El alma que responde a la gracia de Dios será como un jardín regado. Su salud se romperá rápidamente; su luz saldrá en la oscuridad, y la gloria del Señor le acompañará. Recordemos, pues, la bondad del Señor, y la multitud de sus tiernas misericordias. Como el pueblo de Israel, levantamos nuestras piedras de testimonio, e inscribamos sobre ellas la preciosa historia de lo que Dios ha hecho por nosotros. Y mientras repasemos su trato con nosotros en nuestra peregrinación, declaramos, con conmovidos por la gratitud: «¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para mí? Tomaré la copa de la salud, e invocaré el nombre de Jehová. Ahora pagaré mis votos a Jehová delante de todo su pueblo». Salmo 116:12-14 (El Deseado de todas las gentes, págs. 313, 314).
Notas de Elena G. White para la Escuela Sabática 2025.
4to. Trimestre 2025 «LECCIONES DE JOSÚE ACERCA DE LA FE»
Lección 3: «MONUMENTOS DE GRACIA»
Colaboradores: Xiomara Moncada y Karla González