Los que son hijos de Dios lo representarán en carácter. Sus obras estarán perfumadas con la infinita ternura, la compasión, el amor y la pureza del Hijo de Dios. Y mientras más completamente estén sometidos al Espíritu Santo la mente y el cuerpo, mayor será la fragancia de nuestra ofrenda a él.
Si el espíritu de abnegación y sacrificio inundara los corazones de todos los que dicen ser hijos de Dios, cada uno representaría a Jesús ante el mundo. Es debido al egoísmo de parte de sus profesos seguidores que el evangelio de Cristo está, en tan gran medida, despojado de su poder. Si nuestros corazones estuvieran libres de todo egoísmo, el agua de vida que fluye de Cristo al mundo, el don de la justicia y la inmortalidad, sacado a la luz por medio del evangelio, se impartiría a los que están a punto de perecer. Mediante nuestra devoción desinteresada, otras almas podrían ser ganadas para Cristo.
Dios ha dispuesto que los hombres, las mujeres y los niños sean educados por su palabra para llegar a ser colaboradores de Cristo en la gran obra de dispensar sus dones al mundo. Pero los que realizan esta obra deben ser semejantes a Cristo. Deben llevar su imagen y vivir su vida pura y desinteresada. Demasiadas personas solo comprenden tenuemente la encarnación y la obra del Hijo de Dios. Él era la Majestad del cielo, el Rey de la Gloria; “pero por vosotros se hizo pobre, para que vosotros con su pobreza fueseis ricos”. No se complació a sí mismo, sino que entregó gustosamente su vida a fin de rescatar al mundo. Él anduvo haciendo el bien, y lo mismo debemos hacer nosotros si queremos colaborar con él. El egoísmo, el complacerse a sí mismo, el servirse a sí mismo, no tienen cabida en la vida del verdadero cristiano.
La vida de Cristo es un ejemplo de lo que un cristiano puede hacer con los poderes que Dios le concede. No os desaniméis porque vuestro don no sea tan grande como el de otra persona. Dad alegremente lo que tenéis, y Dios bendecirá vuestros esfuerzos. A medida que os acerquéis al costado sangrante de Cristo, seréis impulsados por su Espíritu, y vuestro corazón responderá a su llamada. Trabajaréis como él trabajó, revelando su espíritu amoroso y desinteresado. Vuestra fe será fuerte, obrará por amor y purificará vuestra alma. Fortalecidos por el poder de lo alto, seréis capaces de responder a las exigencias del Señor, aplicándoos con decisión a las tareas penosas y a las obras abnegadas por amor del Maestro (The Review and Herald, 24 de noviembre, 1896, párr. 15-18).
Notas de Elena G. White para la Escuela Sabática 2025.
3er. Trimestre 2025 «EL EXODO: VIAJE A LA TIERRA PROMETIDA»
Lección 13: «EL TABERNÀCULO»
Colaboradores: Xiomara Moncada y Karla González