«Gracias a Dios que siempre nos lleva en el desfile victorioso de Cristo y que por medio de nosotros da a conocer su mensaje, el cual se esparce por todas partes como un aroma agradable» 2 Corintios 2: 14.
Todo triunfo tiene detrás sacrificios, lágrimas y un sinfín de historias que contar. El triunfo conlleva acción, movimiento, caminar la segunda milla, salir de lo ordinario y de la vida cómoda (aunque no necesariamente próspera) que llevamos. Es decir, que implica sí o sí salir de la zona de confort con el objetivo de ser útiles a otros, trabajar para Dios y la humanidad, y finalmente darnos cuenta de que los más beneficiados fuimos nosotros. El triunfo ya es nuestro porque en Cristo no hay fracasados. El triunfo está más que asegurado para quienes, haciendo a un lado su egocentrismo, se dejen guiar por su gracia. Este triunfo no es para quienes llegan primero, no es para los más encumbrados ni para los perfectos, este triunfo es para ti y para mí.
Pero, una cosa debe quedarnos muy clara, y es que no son nuestros esfuerzos, no son nuestras habilidades las que nos hacen triunfadoras, sino solamente Cristo Jesús. Todo aquello que, aun pareciendo un éxito, no da la gloria y el reconocimiento al Único que los merece, solo puede ser llamado éxito temporal. Cuando nuestras vidas sean triunfantes en Cristo, serán como frascos del más exquisito aroma que, al ser destapado, inundará e inspirará con su fragancia a todo el que está cerca.
Seguramente no imaginas a una persona con esclerosis múltiple (enfermedad degenerativa del sistema nervioso) corriendo por una pista y compitiendo por un primer puesto; sin embargo, existe una persona así. Su nombre es Kayla Montgomery. Durante cada carrera, a medida que su cuerpo entra en calor, deja de tener Sensibilidad hasta la cintura; a pesar de ello, ella sigue corriendo. Pero hay alguien en quien confía y por eso corre segura, Sabe que la espera al final de cada carrera y, debido á que no puede controlar su llegada y detenerse, cae en los brazos de su entrenador. Kayla confía en él, quien a pesar de su enfermedad confía en ella, la ayuda en los entrenamientos y la anima a triunfar y a ser mejor.
La buena noticia es que, a pesar de la enfermedad degenerativa que el pecado ocasionó a la humanidad, si seguimos corriendo, pronto llegaremos a la meta y podremos dejarnos caer en los brazos de nuestro Entrenador celestial. ¡Qué maravilloso triunfo será llegar a la patria celestial!
Posdata: Feliz en los brazos del Entrenador.
Lecturas Devocionales para Damas 2025
“MÁS FELIZ EN CRISTO»
Por: Sayli Lucía Guardado Chan
Colaboradores: Milenia de la Rosa y Silvia García