Debido a su culpa, el hombre caído ya no podía ir directamente delante de Dios con sus súplicas, pues su transgresión de la ley divina había colocado una barrera infranqueable entre el Dios santo y el transgresor. Pero se ideó un plan para que la sentencia de muerte recayera sobre un sustituto. Debía haber efusión de sangre en el plan de redención, pues debía intervenir la muerte como consecuencia del pecado del hombre. Habían de prefigurar a Cristo los animales de los sacrificios. Mientras tanto, en la víctima inmolada el hombre debía ver el cumplimiento de las palabras de Dios: “Ciertamente morirás”. Y el derramamiento de la sangre de la víctima significaba también una expiación. No había ninguna virtud en la sangre de los animales; pero el derramamiento de la sangre de los animales apuntaba a un Redentor que un día vendría al mundo y moriría por los pecados de los hombres. Y así Cristo vindicaría plenamente la ley de su Padre (Confrontación, p. 21; parcialmente en Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 1, p. 1100).
¿Qué sostuvo al Hijo de Dios en su vida de pruebas y sacrificios? Vió los resultados del trabajo de su alma y fue saciado. Mirando hacia la eternidad, contempló la felicidad de los que por su humillación obtuvieron el perdón y la vida eterna. Su oído captó la aclamación de los redimidos. Oyó a los rescatados cantar el himno de Moisés y del Cordero.
Podemos tener una visión del futuro, de la bienaventuranza en el cielo. En la Biblia se revelan visiones de la gloria futura, escenas bosquejadas por la mano de Dios, las cuales son muy estimadas por su iglesia. Por la fe podemos estar en el umbral de la ciudad eterna, y oír la bondadosa bienvenida dada a los que en esta vida cooperaron con Cristo, considerándose honrados al sufrir por su causa. Cuando se expresan las palabras: “Venid, benditos de mi Padre”, pondrán sus coronas a los pies del Redentor, exclamando: “El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder y riquezas y sabiduría, y fortaleza y honra y gloria y alabanza… Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la bendición, y la honra, y la gloria, y el poder, para siempre jamás”. Mateo 25:34; Apocalipsis 5:12, 13 (Los hechos de los apóstoles, págs. 480, 481).
Cristo tenía siempre presente el resultado de su misión. Su vida terrenal, tan recargada de penas y sacrificios, era alegrada por el pensamiento de que su trabajo no sería inútil. Dando su vida por la vida de los hombres, iba a restaurar en la humanidad la imagen de Dios. Iba a levantarnos del polvo, a reformar nuestro carácter conforme al suyo, y embellecerlo con su gloria…
Aunque había de recibir primero el bautismo de sangre, aunque los pecados del mundo iban a pesar sobre su alma inocente y la sombra de indecible dolor se cernía sobre él, por el gozo que le fue propuesto, escogió sufrir la cruz y menospreció la vergüenza (El ministerio de curación, p. 404).
Notas de Elena G. White para la Escuela Sabática 2024.
1er. Trimestre 2025 «EL AMOR DE DIOS Y SU JUSTICIA»
Lección 11: «QUÉ MÁS PUEDO HACER»
Colaboradores: Xiomara Moncada y Karla González