¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? 1 Corintios 15:55.
El versículo de hoy nos habla de la esperanza en relación con la muerte.
Creo que la muerte asusta a todos. Para morir, basta estar vivo. La muerte es, tal vez, la experiencia humana más dolorosa; no para el que muere, sino para los que sobreviven.
¿Estás, en este momento, enfrentando la muerte reciente de un ser querido? Hay muertes que marcan terriblemente, no es fácil. Mientras vivas en este mundo, seguirás enfrentando la muerte. Pero San Pablo, escribiendo a los corintios, habla de la victoria de Jesús sobre la muerte: será el último enemigo de Jesús en ser derrotado. Cuando el Señor aparezca en las nubes de los cielos, la muerte será tragada, porque los sepulcros se abrirán y los muertos en Cristo resucitarán.
Como un anticipo de esa victoria y para darle una base segura a esta promesa, Jesús resucitó al tercer día. La resurrección de Jesús colocó la estocada fatal en el corazón mismo de la muerte. A partir de ese día, el enemigo sabía que el instrumento que utiliza para hacer llorar a los hijos de Dios es ya un instrumento inservible.
Por lo tanto, tú y yo debemos descansar en la certeza de esta esperanza: la muerte puede sorprendernos, pero resucitaremos cuando Jesús vuelva; no hay la menor duda de eso. Millones de ángeles serán testigos del resurgimiento de la vida; el universo entero cantará hosannas a Dios.
Pero, de acuerdo con San Pablo, en la Epístola a los Tesalonicenses, el mundo, hoy, está dividido en dos grupos: aquellos que no conocen a Jesús se desesperan, y creen que la muerte es el fin de todo; pero quienes creen en Jesús tienen la esperanza de la resurrección. ¿A qué grupo perteneces? El otro día, alguien me preguntó “¿Cómo resucitará el que fue incinerado? ¿Dónde encontrarán sus cenizas?” No te preocupes con eso: la resurrección es un milagro, y el mismo Dios que tiene el poder de resucitar, ¿no tendrá poder para traer cada grano de ceniza desde cualquier rincón del mundo?
Que este sea un día de esperanza, para ti y para tus amados. Huye de la muerte. Cuida la vida, que es el más precioso don. Pero, si la muerte toca a algún ser querido, descansa en las promesas maravillosas de Jesús. Un día, tú preguntarás: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?”