“Ve, y como creíste te sea hecho” (Mat. 8:13, RVR95).
“Trata a un ser humano como es y seguirá siendo lo que es; trátalo como puede llegar a ser y se convertirá en lo que está llamado a ser”. Goethe
¿Has oído hablar del efecto Pigmalión? Es un término de psicología que se usa para referirse a la influencia que la creencia de una persona sobre la capacidad de otra ejerce sobre el rendimiento de esa otra. Significa que nuestra manera de mirar al otro condiciona nuestra forma de tratarlo, y esa forma de tratarlo condiciona la propia realización personal del otro.
Digamos que el efecto Pigmalión consiste en proyectar una mirada apreciativa sobre los demás que se base en la creencia de que pueden alcanzar el máximo de su potencial, y acompañar esa creencia teórica con actos prácticos. ¿Cuáles son esos actos prácticos? Darles las palabras, los mensajes de ánimo o estímulo, que los incentiven a la consecución de ese potencial. Esto se aplica a la relación madre-hijo, novia-novio, esposa-esposo, amiga-amiga, maestra-alumno, familiares…
¿Eres consciente de qué tipo de mirada proyectas sobre los tuyos? Porque lo que se abre delante de ti es la posibilidad de ejercer un ministerio constante, un esfuerzo diario por ser parte del milagro de dar alas a los demás. Y, ya de paso, ir volando tú misma al sentirte plena en la consciencia de estar ejerciendo esa influencia milagrosa de la mirada apreciativa.
Conviene, por tanto, reconsiderar dos cosas: 1) Tus expectativas respecto a las personas sobre las cuales ejerces influencia. ¿Por qué no intentar ver su potencial y, a través de palabras de estímulo, ayudarlos a sacarlo a la luz? 2) Tu discurso. Lo quieras ver o no, una frase tuya puede marcar (y, de hecho, marca) la diferencia en la mentalidad de otra persona. ¿Quieres colaborar en su crecimiento o en su estancamiento? La decisión es tuya.
Cuenta Oprah Winfrey que cuando una sobrina suya estaba sacando muy malos resultados en sus exámenes, ella le dijo: “Tú eres muy inteligente, tú puedes sacar solo notas extraordinarias”. “¿De verdad, tía?”, le preguntó la niña. “De verdad”. Y así fue: de ahí en adelante sacó todo A. “Nunca nadie me había dicho que yo era una estudiante de todo A”, le comentó años después la sobrina; “eso marcó toda la diferencia”.
Si decides dejar pasar la oportunidad de dar una mirada apreciativa que produzca un efecto Pigamalión en tus seres queridos, estás automáticamente decidiendo avocarlos a seguir siendo lo que son. ¿No es más interesante marcar la diferencia y ayudarlos a convertirse en lo que están llamados a ser?