Junto al estanque
Después de visitar Galilea, Jesús regresó a la capital, Jerusalén (Juan 5: 1). Al llegar, se acercó al estanque de Betesda, donde se agolpaban muchos enfermos que esperaban que el agua se moviera. La gente creía que un ángel agitaba de manera sobrenatural el agua, y que la primera persona que entrara al estanque sanaría milagrosamente. Toma un momento para imaginar la escena: la multitud sufriente espera ser curada. Entonces, llega Jesús.
Jesús conocía la situación de cada persona allí presente, y se sintió atraído por un caso de sufrimiento especial: un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Este hombre anhelaba la sanidad, pero no tenía ningún amigo que lo ayudara a meterse en el estanque (vers. 7).
Jesús se acercó a él. Primero le hizo una pregunta y luego le dio una orden (vers. 6, 8). A pesar de su incapacidad, el hombre creyó en la palabra de Jesús, fue sanado y siguió sus instrucciones (vers. 9). Este milagro confronta nuestras ideas sobre los requisitos que hacen falta para la curación. Jesús no hizo preguntas sobre la creencia o el estatus de ese hombre; lo curó únicamente por pura compasión.
Como ya se mencionó, después de que Jesús concretó el milagro nos enteramos de que ese día era sábado. Aunque el centro inicial de la narración era el interés de Jesús por el hombre, esto pronto cambió. Llevar su camilla por la ciudad atrajo la atención de la multitud, ya que la costumbre judía no permitía llevar ninguna carga en sábado. Insensibles a la curación que acababa de producirse, los líderes religiosos se fijaron en el escandaloso desprecio de Jesús por la tradición del sábado. Ellos insistieron en la supuesta transgresión (vers. 10, 12); mientras tanto, Jesús insistió en la curación (vers. 15). La animosidad de los dirigentes fue en aumento hasta que decidieron matar a Jesús con base en las acusaciones de que desobedecía el sábado y cometía blasfemia (ver 5: 18; 10: 33; 19: 7).
Jesús les respondió con una defensa sistemática de su ministerio al mostrarles cómo todo lo que llevaba a cabo dependía de su íntima relación con el Padre (vers. 17). El Señor asumió la responsabilidad de dos actividades que caen bajo la autoridad de Dios: dar vida y juzgar (vers. 21-30). Solo Dios puede dar vida (ver 1 Samuel 2: 6; 2 Reyes 5: 7; Ezequiel 37: 3-12), y solo Dios es juez de toda la tierra (ver Génesis 18: 25; Salmo 82: 8; 96: 13). El poder vivificador de Cristo se manifestó en la curación inmediata del paralítico que llevaba treinta y ocho años en esa condición; además, su autoridad divina se mostró cuando asumió la posición de juez de la condición espiritual de su audiencia (Juan 5: 37-47).
Jesús dio fuerza a sus argumentos al momento de presentar testigos a su favor. Según la ley judía, un testimonio necesitaba al menos dos testigos para que los argumentos se consideraran legítimos (ver Juan 5: 31; Deuteronomio 19: 15). Por lo tanto, Jesús decidió presentar cuatro testigos: Juan el Bautista, sus propias obras, el Padre y las Escrituras (Juan 5: 32-39). Aunque Jesús comenzó el discurso como un acusado en un juicio no oficial, al final habló más como un fiscal. Cristo señaló el deseo de unos y otros de recibir gloria a costa de rechazar al Mensajero divino. Al rechazar el claro testimonio de las Escrituras, se enfrentaban a un nuevo acusador: Moisés (vers. 45). Fue así como Jesús puso de relieve la disonancia cognitiva de sus oyentes, pues afirmaban confiar en Moisés, pero no creían «lo que él escribió», que a menudo trataba de Cristo (vers. 46-47). También ponía de relieve la ironía de su situación, pues Moisés había sido considerado durante mucho tiempo el defensor de la nación israelita (ver Éxodo 17: 1-7; 32: 30) y ahora sus escritos los acusaban (Juan 5: 45).
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Memoriza tus versículos favoritos de Juan 5–6. Escríbelos varias veces a fin de que te sea más fácil recordarlos.
¿Por qué este milagro y el discurso que le siguió se convirtieron en el punto de inflexión para que la gente decidiera matar a Jesús?
¿Cómo reaccionarías si estuvieras enfermo, desahuciado, sin poder moverte, y un extraño te dijera: «Levántate y anda»?
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