« Pues cuando mueren regresan al polvo, Y ese mismo día terminan sus proyectos» (Salmo 146: 4).
El 6 de febrero de 1952, la princesa Isabel y su esposo, el duque de Edimburgo, estaban descansando en Sagana, Kenia, África, cuando recibieron la trágica noticia del fallecimiento de su padre, el rey Jorge VI de Inglaterra. Ante esta dolorosa perdida, decidieron cancelar su viaje a Australia y Nueva Zelanda, y regresaron inmediatamente a casa.
Las damas encargadas del cuidado del príncipe Carlos y la princesa Ana en el castillo de Sandringham hacían todo lo posible por ocultar la triste noticia a los niños, pero el pequeño príncipe notó que las damas no podían contener sus lagrimas.
-¿Por que están tan tristes? -preguntó.
-Tu abuelo se ha ido lejos -le dijeron.
Pero eso no era algo como para llorar. El rey a menudo viajaba lejos. ¿Por que llorarían solo por eso? Debía haber otra razón, y el pequeño príncipe estaba decidido a descubrirla. Sin dudarlo, se acercó a su abuela y le hizo la pregunta.
Su abuela, la reina, tomó al príncipe en sus brazos, mostrando un gesto de ternura y apoyo. Mientras el príncipe observaba detenidamente las lagrimas en los ojos de su abuela, se dio cuenta de que algo grave estaba ocurriendo.
-Abuela -preguntó-, ¿a dónde ha ido el abuelo?
Su abuela guardó silencio. ¿Cómo podía ella encontrar las palabras adecuadas para explicarle la dolorosa realidad de la muerte a un pequeño tan inocente?
¿Adonde fue el rey Jorge? ¿A donde vamos todos cuando morimos? Al morir el rey, cesó su respiración. Su corazón se detuvo. Sus pensamientos y emociones dejaron de existir. Comenzó su largo sueño en el sepulcro.
¿Pero que cosa tan maravillosa es saber que nuestros abuelos sencillamente duermen hasta que Jesús vuelva! La muerte no es el fin, es solo un descanso temporal hasta el glorioso día de la resurrección. Por eso mantente firme en la esperanza. Dios nos ha prometido una vida eterna junto a el y a nuestros seres queridos que han muerto. ¿No te gustaría estar allí? ¿No quieres ver de nuevo a tu abuelo, a tu padre, a tu hijo o a tu amigo? Entonces, acepta hoy el regalo de la salvación que Jesús te ofrece. Así estaras preparado para el gran día cuando el vuelva a buscarnos. ¡Que gozo habrá en aquel gran encuentro!