Jesús tomó de la mano al ciego y lo sacó fuera del pueblo. Le mojó los ojos con saliva, puso las manos sobre él y le preguntó si podía ver algo. Marcos 8:23
El experimento de hoy es muy fácil. Necesitarás agua, almidón, un gotero con tintura de yodo y dos vasos pequeños de plástico. Llena los vasos con agua hasta la mitad y añade una cucharadita de almidón. Remueve la mezcla.
En uno de los vasos añade un poco de saliva y agita. Espera 30 minutos y luego deja caer cuatro gotas de yodo en cada vaso y observa lo que ocurre. Al reaccionar con el yodo, el almidón se volverá morado, pero la mezcla con saliva no se volverá morada debido a la acción de una enzima que descompone el almidón, impidiendo la reacción con el yodo.
ALGUNAS DE LAS FUNCIONES DE la saliva son: la digestión del almidón (como se pudo observar en el experimento), la re mineralización dental y el mantenimiento del pH. Pero el versículo de hoy describe otra gran hazaña realizada por medio de la saliva: la curación de un ciego.
Jesús cuestionó a los discípulos por su falta de fe y por no comprender las palabras que él les decía. En cuanto desembarcaron en Betsaida, trajeron a un ciego para que Cristo lo curara. En cierto modo, el ciego representaba lo que les ocurría a los discípulos: no veían con claridad el papel y la importancia de las palabras de Jesús.
Cristo tomó al ciego de la mano, lo sacó del ambiente de incredulidad, le ungió los ojos y eliminó las tinieblas de su vida. No podemos explicar cómo actuó la saliva en la curación, pero el hecho es que el resultado fue instantáneo, y aquello que impedía la visión del hombre fue eliminado.
Antes de ascender al cielo, Cristo también ABRIÓ LOS OJOS de sus discípulos. ¡Él quiere hacer lo mismo con nosotros, para que podamos ver claramente su amor y su poder! Él puede abrir tus ojos; solo tienes que pedírselo.