«No importa el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer; porque unidos a Cristo Jesús, todos ustedes son uno solo» (Gál. 3:28).
«El prejuicio es una carga que confunde el pasado, amenaza el futuro g hace inaccesible el presente», Maya Angelou
Los discípulos de Jesús confirmaban la teoría de Henri Tajfel de la que hablamos ayer. Ellos no solo no luchaban aún contra la «tendencia innata a categorizarse en grupos excluyentes, construyendo parte de su identidad sobre la base de su membresía a ese grupo y forzando fronteras excluyentes con otros»; ellos ni siquiera se habían dado cuenta de que esa tendencia fuera algo negativo. Todo lo contrario, la veían como normal, positiva y necesaria. Por eso estaban convencidos de que Jesús la aprobaría. Lo vemos en el relato de Lucas 9: 51-56.
«Cuando ya se acercaba el tiempo en que Jesús había de subir al cielo, emprendió con valor su viaje a Jerusalén. Envió por delante mensajeros, que fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque se daban cuenta de que se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: «Señor, ¿quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos?»». O sea: ¿Quieres que nosotros acabemos con ellos, porque no están en nuestro bando y por tanto son enemigos?
También encontramos en este pasaje evidencias claras de que a Jesús no le agradaba esa manera de ver el mundo en términos de «nosotros» contra «ellos», sino que para él, la humanidad entera conforma un «nosotros»: <<Pero Jesús se volvió y los reprendió». Me imagino que a los discípulos les sorprendió esta actitud del Maestro. ¿Por qué nos está reprendiendo?, seguramente se preguntaban, pues incluso los líderes de Israel consideraban positivo y necesario ver a los samaritanos como enemigos de su nación.
La respuesta es: porque para Cristo no hay «nosotros contra ellos». De hecho, para Cristo tampoco hay <<nosotros y ellos». Para él solo hay «nosotros». Ese «nosotros» deriva del hecho de que Cristo decidió identificarse con el ser humano, haciéndose él mismo un hombre de carne y hueso, como tú y como yo, y como la humanidad al completo: «nosotros».
En Cristo no hay categorización. En Cristo «no importa el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer; porque unidos a Cristo Jesús, todos ustedes son uno solo» (Gál. 3: 28).