«Así que Jonatán le dijo a su escudero: «Vamos a cruzar hacia la guarnición de esos paganos. Espero que el Señor nos ayude, pues para él no es difícil salvarnos, ya sea con muchos o con pocos»».
I Samuel 14: 6, NVI
A causa del pecado de presunción cometido por Saúl al presentar su sacrificio, el Señor no quiso darle el honor de vencer a los filisteos. Jonatán, el hijo del rey, hombre que temía al Señor, fue escogido como el instrumento que había de liberar a Israel. Movido por un impulso divino, propuso a su escudero que hicieran un ataque secreto contra el campamento del enemigo. […]
Al aproximarse al fuerte filisteo, fueron vistos por sus enemigos, quienes exclamaron en tono insultante: «Miren, ¡los hebreos ya están saliendo de las cuevas donde estaban escondidos!», y los desafiaron diciéndoles: «Vengan acá, con nosotros. Queremos decirles una cosa» (1 Sam. 14: 11, 12, RVC) con lo cual querían decir que castigarían a los dos israelitas por su atrevimiento. Este reto era la señal que Jonatán y su compañero habían convenido en aceptar como testimonio de que el Señor daría éxito a su empresa. Desapareciendo entonces de la vista de los filisteos, y escogiendo un sendero secreto y difícil, los guerreros se dirigieron a la cumbre de una peña que había sido considerada inaccesible y que no estaba muy resguardada. Penetraron así en el campamento del enemigo y mataron a los centinelas, que, abrumados por la sorpresa y el temor, no ofrecieron resistencia alguna.
Los ángeles del cielo escudaron a Jonatán y a su acompañante; pelearon a su lado, y los filisteos sucumbieron delante de ellos.— Patriarcas y profetas, cap. 60, p. 610.
Estos dos hombres dieron evidencia de que estaban actuando bajo la influencia y el mandato de alguien superior a un general humano. De acuerdo con las apariencias externas, esta aventura era temeraria, y contraria a todas las reglas militares. Pero el acto de Jonatán no se llevó a cabo a base de arrojo humano. No dependía de lo que él con su escudero pudieran hacer: era el instrumento que Dios empleó en favor de su pueblo Israel.— Hijos e hijas de Dios, p. 210.