<<Dale buena educación al niño de hoy, g el viejo de mañana jamás la abandonará» (Prov. 22:6).
«El mundo cambia con tu ejemplo, no con tu opinión». Paulo Coelho
Si eres madre, posiblemente la reflexión de ayer te dejó pensando: «Con lo difícil que es enseñar a un niño a que diga «por favor» y «gracias», ¿cómo se le enseña a ser amable por convicción?». Es obvio que ellos no nacen con la capacidad de distinguir las conductas que derivan de principios bíblicos; pero sí son capaces de percibir cuándo son tratados con amabilidad; y puesto que se miran en el espejo que son papá y mamá, la manera de enseñarles a ser amables empieza porque mamá y papá sean amables. Y que lo sean de tal manera que los niños perciban que es auténtico, un rasgo permanente de su manera de ser y estar.
Me gustan los consejos que da Raren Holford, experta en psicología educativa y del desarrollo, para ayudarnos a enseñar amabilidad a nuestros hijos: * Tan pronto nazcan, trátalos con amabilidad, diciendo «por favor>> y «gracias». Aunque no sepan hablar, estás estableciendo en sus cerebros patrones saludables de interacción social.
Juega con ellos a algún tipo de reunión social, llévalos a tu lugar de trabajo… Estas son oportunidades de practicar. Muéstrales qué deben hacer y decir.
Jueguen a practicar la amabilidad con sus muñecos.
Busca en la biblioteca libros entretenidos que enseñen buenos modales. Cuando vean la televisión, pídeles que se fijen en qué normas de cortesía usan los personajes.
Crea con ellos afiches de la amabilidad. Elige una expresión amable y escríbela en la parte superior de una cartulina; en la inferior, escribe razones por las que esa expresión es importante. Divide la cartulina por la mitad y escribe «Se dice así» en un lado y «Se actúa así» en el otro. Recorta imágenes y expresiones de periódicos y revistas.
No avergüences a tus hijos ni les grites cuando se olviden de ser amables. Recuerda que precisamente les estás enseñando a tratar a los demás con respeto.
Se trata de tener coherencia en nuestra manera de vivir como adultos, representando ante los niños el don del Espíritu hasta que puedan comprender su importancia.
Para entonces, con ayuda de Jesús, lo habrán interiorizado y les resultará natural ser amables.