Daniel era un hombre de oración. No había amenaza de persecución o de muerte que pudiera disuadirlo de adorar a Dios y de orar. Conocía muy bien el poder de la oración y de la estrecha comunión con Dios.
En el capítulo 10 del libro que lleva su nombre, descubrimos que Daniel estuvo orando y ayunando durante tres semanas en el primer mes del año (vers. 2-4), que es cuando los judíos celebraban la Pascua. Esta celebración conmemora el aniversario del día en que Dios liberó a los israelitas de la esclavitud de Egipto, un momento solemne y feliz a la vez; pero para Daniel, que vivía en el cautiverio babilónico, la conmemoración también era un recordatorio de la necesidad que tenía Israel de otra liberación. La carga de su corazón pesaba más que su deseo de festejar y celebrar. Esta sobria realidad fue lo que lo impulsó a dedicarse a orar de forma seria, intencionada e intensa durante tres semanas. Comprendía que la oración no solo afectaba espiritualmente a su propia persona, sino que también tenía repercusiones reales en el mundo, tanto visibles como invisibles.
Fue entonces cuando un mensajero celestial se apareció finalmente a Daniel, e hizo un comentario muy perspicaz: «Desde el primer día en que trataste de comprenderlas cosas difíciles y decidiste humillarte ante tu Dios, él escuchó tus oraciones. Por eso he venido yo» (Dan. 10: 12). De esta afirmación podemos aprender dos lecciones: 1) cuando oramos, se nos escucha inmediatamente, y 2) nuestras palabras pueden poner en movimiento a los seres celestiales. Esto por sí solo ya debería despertarnos al increíble poder de la oración.
Curiosamente, cuando Daniel ora en el capítulo 9, no experimenta prácticamente ningún retraso antes de que llegue la respuesta, pero tiene que esperar tres semanas en el capítulo 10. Afortunadamente, el versículo 13 da una razón para la tardía aparición del ángel: «Durante veintiún días el espíritu príncipe del reino de Persia me impidió el paso» (NTV). Aunque no se nos dan muchos detalles, podemos concluir que los ángeles están muy ocupados en este gran conflicto. A veces deben resistir diversas luchas sobrenaturales y la resistencia demoníaca a su actividad. Es razonable suponer que la oración de Daniel en el capítulo 10 era similar a la del capítulo 9; ambas eran probablemente oraciones por su pueblo y por el cumplimiento del propósito de Dios a través de él. La batalla sobrenatural por la mente del príncipe persa y, en consecuencia, por sus decisiones respecto al pueblo de Dios, era intensa. Daniel no pudo verla batalla que se desarrolló a causa de sus oraciones. Tal vez no esperaba que se tardara tanto, pero no dejó de interceder porque no hubiera una respuesta inmediata.
Como hemos señalado, hay reglas de combate que rigen el gran conflicto. Esta historia sugiere que las oraciones de intercesión le dan a Dios el derecho a desplegar más fuerzas sobrenaturales para influir en los corazones de aquellos por los que se ora. Nos muestra la importancia de las oraciones intercesoras continuadas por la gente y por las distintas situaciones, y nos anima a no rendirnos cuando parece que no hay respuestas a nuestras peticiones. Es posible que se esté librando una batalla mayor entre bastidores. Teniendo esto en cuenta, ¿por qué no oras ahora mismo por las personas alejadas de Dios que conoces?
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¿Cómo podemos aprender mejor a ser pacientes y perseverantes en la oración?
¿De qué manera el hecho de saber que tus oraciones permiten a Dios actuar en mayor medida cambia tu forma de orar? ¿Cómo afecta a tu relación con él?
Lección de Escuela Sabática Para Jóvenes Universitarios 2024. 2do trimestre 2024 Lección 08 «LA GUERRA ESPIRITUAL, 1ERA PARTE: LA ORACIÓN Y LOS ÁNGELES» Colaboradores: Joaquin Maldonado y Adriana Jiménez