Asesino desde el principio
Aunque los candidatos políticos proclaman defender ciertos valores durante la campaña, únicamente el tiempo nos revela sus verdaderas intenciones. Al principio, sus mensajes pueden tratar sobre la ayuda y el cuidado a las personas o la mejora general de la sociedad; sin embargo, con frecuencia, una vez que los candidatos han ganado popularidad o han sido elegidos para ciertos puestos de poder, sus opiniones y actitudes cambian o incluso se invierten. Uno se pregunta si sus posiciones originales alguna vez fueron honestas.
Las Escrituras nos dicen que Lucifer deseaba ser «como el Altísimo» (Isa. 14: 14); «que trastornaba los reinos» (Isa. 14: 16, RV95); que por «la abundancia de [su] comercio», lo cual puede interpretarse como calumnia, se llenó «de violencia y pecado» (Eze. 28: 16). La Biblia nos dice que Lucifer empezó difamando el nombre de Dios y sugiriendo que él sería mejor gobernante que Dios. Al principio, sus intenciones pudieron parecer puras y genuinamente preocupadas por el bienestar de todos los seres creados (al fin y al cabo, nadie había pecado antes), así que ¿por qué sospechar que pudiera tener objetivos malvados?
A pesar de lo relativamente leves que pudieran parecer sus actos de rebelión iniciales, la maldad del carácter de Satanás quedó desenmascarada con el asesinato de Jesús en la cruz (Hech. 5: 30). Fue Satanás el que puso en el corazón de Judas traicionar a Jesús entregándolo a las manos de los que buscaban la forma de matarlo (Luc. 22: 3). En su persecución del pueblo de Dios a lo largo de los siglos y sus repetidos intentos de asesinar al Hijo de Dios (por ejemplo, en Mat. 2: 16-18; 4: 6; 27: 15-26; Luc. 4: 16-30; Juan 5: 1-18), sus intenciones y su identidad como el asesino original quedaron más que evidentes. «El diablo ha sido un asesino desde el principio. No se mantiene en la verdad, y nunca dice la verdad. Cuando dice mentiras, habla como lo que es; porque es mentiroso y es el padre de la mentira» (Juan 8: 44).
Satanás utilizó a Judas, a los líderes religiosos y al gobierno romano para llevar a cabo su plan homicida, pero aunque pudo influir en el método de ejecución, ¡Jesús no murió a causa de los clavos! Jesús dijo: «Yo doy mi vida para volverla a recibir. Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad. Tengo el derecho de darla y de volver a recibirla» (Juan 10: 17, 18). Murió voluntariamente, entregando su vida, aplastado por el peso de los pecados de toda la humanidad (ver Isa. 53). La cruz puso al descubierto el profundo odio que Satanás siente por Dios.
Es fácil condenar a todos los que fueron cómplices de la muerte de Cristo, el Hijo de Dios, pero ¿cuántas veces hacemos nosotros lo mismo? Cada vez que pecamos, básicamente estamos crucificando de nuevo al Hijo de Dios (Heb. 6: 6). Increíblemente, incluso entonces, en su abundante gracia, Jesús nos ofrece su perdón: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Luc. 23: 34).
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