«En nuestra propia fortaleza, nos es imposible negarnos a los clamores de nuestra naturaleza caída. Por su medio, Satanás nos presentará tentaciones. Cristo sabía que el enemigo se acercaría a todo ser humano para aprovecharse de las debilidades hereditarias y entrampar, mediante sus falsas insinuaciones, a todos aquellos que no confían en Dios. Y recorriendo el terreno que el ser humano debe recorrer, nuestro Señor ha preparado el camino para que venzamos. No es su voluntad que seamos puestos en desventaja en el conflicto con Satanás. No quiere que nos intimiden ni desalienten los asaltos de la serpiente.“ Tengan valor —dice—: yo he vencido al mundo” (Juan 16: 33). […] »
“Viene el príncipe de este mundo —dice Jesús— y él nada tiene en mí” (Juan 14: 30, RV95). No había en él nada que respondiera a los sofismas de Satanás. Él no consintió en pecar. Ni siquiera por un pensamiento cedió a la tentación. Así también podemos hacer nosotros. La humanidad de Cristo estaba unida con la divinidad. Fue hecho idóneo para el conflicto mediante la permanencia del Espíritu Santo en él. Y él vino para hacernos participantes de la naturaleza divina. Mientras estemos unidos con él por la fe, el pecado no tendrá dominio sobre nosotros. Dios extiende su mano para alcanzar la mano de nuestra fe y dirigirla a asirse de la divinidad de Cristo, a fin de que nuestro carácter pueda alcanzar la perfección.»
Y Cristo nos ha mostrado cómo puede lograrse esto. ¿Por medio de qué venció él en el conflicto con Satanás? Por la Palabra de Dios. Solo por medio de la Palabra pudo resistir la tentación. “Escrito está”, dijo. Y a nosotros “nos ha dado sus promesas, que son muy grandes y de mucho valor, para que por ellas lleguen ustedes a tener parte en la naturaleza de Dios y escapen de la corrupción que los malos deseos han traído al mundo” (2 Ped. 1: 4). Toda promesa de la Palabra de Dios nos pertenece. Hemos de vivir “de toda palabra que salga de los labios de Dios”. Cuando nos veamos asaltados por las tentaciones, no mirémoslas circunstancias o nuestra debilidad, si no el poder de la Palabra. Toda su fuerza es nuestra. “He guardado tus palabras en mi corazón —dice el salmista—, para no pecar contra ti”. “Por la palabra de tus labios yo me he guardado de las vías del destructor” (Sal. 119: 11; 17: 4, RVA)».— ElenaG. de White, El Deseado de todas las gentes, cap. 12, pp. 101, 102.
Lección de Escuela Sabática Para Jóvenes Universitarios 2024. 2do trimestre 2024 Lección 09 «LA GUERRA ESPIRITUAL 2ª DA PARTE» Colaboradores: Joaquin Maldonado y Adriana Jiménez