Los sacerdotes ejercían su ministerio todos los días del año, pero el Día de la Expiación, llamado en hebreo Yom Kipur, los ojos de todo Israel se volvían hacia el Santuario. Levítico 16 y 23 da instrucciones explícitas para el Día de la Expiación. Todas las actividades comunes cesaban. Todos ayunaban. Mientras el sumo sacerdote entraba en nombre de ellos ante la presencia de Dios en el Lugar Santísimo, el pueblo examinaba su corazón. Buscaban a Dios con humildad y confesión sincera.
Cualquiera que no “afligi[era]” su alma en el Día de la Expiación sería “cortado”, ya no formaría parte del pueblo escogido (Lev. 23:27, 29, RVR). En el Día de la Expiación, el sumo sacerdote llevaba la sangre del macho cabrío del Señor al Santuario y, después de rociarla sobre el Propiciatorio, aplicaba la sangre a los cuernos del Altar de Oro y del Altar de Bronce, y así purificaba completamente todo el Santuario. Habiendo “acabado de expiar”, el sumo sacerdote ponía las manos sobre el macho cabrío vivo y confesaba los pecados de Israel. Entonces lo llevaban al desierto con el fin de apartarlo del campamento para siempre (Lev. 16:20-22).
La sangre se transfería al Santuario durante los servicios diarios, lo que mostraba el registro del pecado (Jer. 17:1) y la responsabilidad que asumía Dios sobre su resolución final. Ahora, en el Día de la Expiación, esta sangre se transfería fuera del Santuario y se colocaba sobre la cabeza del macho cabrío Azazel, que representaba a Satanás y revelaba su responsabilidad final por el problema del pecado.
Este macho cabrío era conducido lejos en el desierto para que, al final del Día de la Expiación, Dios tuviera un Santuario limpio y un pueblo limpio. En el Santuario celestial, Cristo ministra por nosotros, primero en el Lugar Santo, y ahora, en el Lugar Santísimo desde 1844, al final de los 2.300 días.
Superaremos este gran juicio gracias a Jesús, nuestro Sustituto. Como dijo Elena de White, somos “justificados por medio de su justicia, en la cual no habíamos participado” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 16). Como resultado de esta justicia que se nos acredita (o imputa), afligimos nuestra alma, que es un alejamiento del pecado. Eso significa que no hemos llegado a aceptar el mal cómodamente, y que no estamos excusando ni aferrándonos a pecados acariciados, sino más bien creciendo en gracia y llevando una vida de santidad.
¿Qué importancia tiene el Día de la Expiación en nuestra vida actual? ¿Por qué debería ser determinante en nuestra manera de vivir?
Lección de Escuela Sabática para Adultos 2024. 2do. Trimestre 2024 «EL GRAN CONFLICTO» Lección 08: «LUZ DESDE EL SANTUARIO» Colaboradores: Esmeralda Bermudes y Obed Rodríguez