«Que caiga una maldición sobre cualquiera que coma antes del anochecer, antes de que me vengue por completo de mis enemigos».
1 Samuel 14: 24, NTV
La orden de no comer fue motivada por una ambición egoísta, y demostraba que el rey era indiferente a las necesidades de su pueblo cuando ellas contrariaban su deseo de ensalzamiento propio, Y al confirmar esta prohibición mediante un juramento solemne, demostró Saúl que era profano a la vez que temerario. Las palabras mismas de la maldición atestiguan que el celo de Saúl era en favor suyo, y no para la gloria de Dios. Declaró que su propósito no era «que el Señor fuera vengado de sus enemigos», sino «que me vengue por completo de mis enemigos». […]
Durante la batalla, Jonatán, que nada sabía del mandamiento del rey, lo violó inadvertidamente al comer un poco de miel mientras pasaba por el bosque. Saúl lo supo por la noche. Había declarado que la violación de su edicto sería castigada con la muerte Aunque Jonatán no se había hecho culpable de un pecado voluntario, a pesar de que Dios le había preservado la vida milagrosamente y había obrado la liberación por medio de él, el rey declaró que la sentencia debía ejecutarse. Perdonar la vida a su hijo habría sido de parte de Saúl reconocer tácitamente que había pecado al hacer un voto tantemerario. Habría humillado su orgullo personal. «¡Vive Jehová!, que ha salvado a Israel, que aunque se trate de mi hijo Jonatán, de seguro morirá» (1 Sam. 14:39).
Hacía poco que, en Gilgal, Saúl había pretendido oficiar como sacerdote, contrariando el mandamiento de Dios. Cuando Samuel lo reprendió, se obstinó en justificarse Ahora que se había desobedecido a su propio mandato, a pesar de que era un desaciertoy había sido violado por ignorancia, el rey y padre sentenció a muerte su propio hijo.
El pueblo se negó a permitir que la sentencia fuera ejecutada. Desafiando la ira del rey, declaró: «¿Ha de morir Jonatán, el que ha logrado esta gran victoria en Israel? ¡No será será así! ¡Vive Jehová! que no caerá en tierra ni un cabello de su cabeza, pues lo hizocon ayuda de Dios» (vers. 45). El orgulloso monarca no se atrevió a menospreciar este veredicto unánime, y así se salvó la vida de Jonatán.— Patriarcas y profetas, cap 60, pp. 611, 612.