Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Efesios 1:13
Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, se dirigió, un día, a cierto grupo de personas, y les dijo: “Vosotros sois hijos del diablo y las obras de vuestro padre, el diablo, queréis hacer”. Personalmente, creo que esta fue una de las declaraciones más fuertes de Jesús. Esto es, fuertes, desde nuestro punto de vista; pero, el Señor no los estaba agrediendo; simplemente estaba describiendo la triste situación del ser humano natural.
El ser humano solo necesita nacer, para pertenecer al reino de las tinieblas. No es una opción; todos nacemos en pecado y destituidos de la gloria de Dios. Pero, nadie se va a perder por eso, porque Dios proveyó el remedio; y el remedio es Jesús. Ese es el mensaje del texto de hoy. Pablo resalta a Dios como el Padre de Jesucristo no porque Jesús sea menos Dios que el Padre, sino porque desea poner de relieve la bendición espiritual con la que fuimos bendecidos, en los lugares celestiales, al pasar de nuevo a formar parte del Reino de Dios; al volver a ser hijos de Dios.
Juan lo expresa de otra forma: “Amados, ahora somos hijos de Dios”. Y antes, ¿de quién éramos hijos? “Antes”, cuando no conocíamos a Jesús; cuando vagábamos sin rumbo, en el reino de las tinieblas; cuando nos dirigíamos inexorablemente hacia la muerte; cuando no teníamos esperanza, y si la teníamos, estaba limitada solamente a las cosas pasajeras de este mundo, éramos hijos del pecado.
Pero, todo eso ya pasó. Es historia. Una historia triste, tal vez; pero quedó enterrada en el polvo del olvido porque el Señor Jesucristo vino a este mundo, y no tuvo vergüenza de llamarse nuestro hermano, al asumir nuestra naturaleza y cargar con nuestros pecados.
Por eso hoy, sal hacia el cumplimiento de tus deberes con la frente en alto. Eres un príncipe en el Reino de Dios. Nada le debes al enemigo: tu vida fue clavada en la cruz del Calvario, en la persona de Jesús. Eres libre para soñar, para vivir, para volar hacia el destino glorioso que Jesús te preparó desde antes de la fundación del mundo: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”.