Versículo para memorizar: “Señor y Dios mío siempre te daré gracias” (Salmo 30:12). Mensaje: Adoramos a Jesús cuando le agradecemos.
Referencias:
Marcos 5:21-32; Lucas 8:40-48; El deseado de todas las gentes, pp. 310-314.
¿Le diste alguna vez algo especial a alguien y no te dijo gracias? ¿Cómo te sentiste? Una ocasión Jesús ayudó a unos hombres para que sanaran. ¿Qué piensas que hicieron?
Jesús y sus discípulos iban por un camino hacia Jerusalén. En ese camino que llegaba a una pequeña aldea había diez hombres que lo llamaron a lo lejos. —Jesús, Maestro. ¡Ten compasión de nosotros! Jesús sabía que ellos tenían una enfermedad llamada lepra. La gente con lepra tenía heridas en la cara, en las manos o los pies. No podían sentir nada. Podían pisar una roca y cortarse el pie sin darse cuenta. Podían quemarse el dedo y no sentir.
Pero eso no era lo peor. En los tiempos de Jesús, los leprosos no podían vivir en la aldea con sus familias, porque corrían el riesgo de contagiar a su familia o a otras personas con la lepra. Las personas tenían que salir de la aldea para dejarles la comida y alejarse corriendo.
Si alguien, por accidente, llegaba a estar cerca de ellos, los leprosos debían gritar: “¡Impuro! ¡Impuro!” y apartarse en otra dirección.
Estos diez leprosos habían escuchado acerca de Jesús. Sabían que había sanado a muchas personas. Ellos también querían que él los sanara. Por eso lo estaban llamando.
Jesús los amaba y quería ayudarlos. Así que les dijo:
—Vayan, muéstrense al sacerdote en el templo.
En la época de Jesús, el sacerdote era el único que decidía si una persona tenía lepra.
También era la única persona que podía decidir si estaba sana.
Aunque los hombres tenían lepra todavía, hicieron lo que Jesús les dijo. Corrieron directamente a ver al sacerdote. Y mientras iban, ¡sanaron! Ya no estaban las heridas y su piel nueva, era sana y suave. Podían sentir sus pies otra vez. ¡Podían correr! ¡Apenas podían esperar para ver al sacerdote! ¡Pronto se les permitiría estar en su hogar de nuevo!
Jesús y sus discípulos observaban a los hombres mientras corrían para ver al sacerdote. De pronto, uno se detuvo. Este hombre dio la vuelta y regresó con Jesús. Estaba gritando algo. ¿Era “impuro, impuro”? No, sonaba a algo parecido a “¡Alabado sea el Señor!” “¡Alabado sea el Señor!” Corrió todo el camino de regreso y se echó a los pies de Jesús.
—Gracias, Jesús —dijo—. ¡Gracias por sanarme!
Jesús sonrió. Estaba contento porque el hombre se había curado. Y también estaba contento porque regresó para agradecerle. Jesús volteó para ver a sus discípulos.
—Había diez hombres que estaban enfermos y fueron sanados, ¿dónde están los otros nueve? —preguntó. Jesús desea hacer feliz a la gente. Y también le gusta escuchar a la gente decir gracias.
Recordemos agradecerle por lo que hace por nosotros. Seamos como el hombre que dijo gracias.