Se acabó Lucifer
«Con gran misericordia, según su divino carácter, Dios soportó por mucho tiempo a Lucifer. El espíritu de descontento y desafecto no se había conocido antes en el cielo. Era un elemento nuevo, extraño, misterioso e inexplicable. Lucifer mismo, al principio, no entendía la verdadera naturaleza de sus sentimientos; durante algún tiempo había temido dar expresión a los pensamientos y a las imaginaciones de su mente; sin embargo, no los desechó. No veía el alcance de su extravío. Para convencerlo de su error, se hizo cuanto esfuerzo podían sugerir la sabiduría y el amor infinitos. Se le probó que su desafecto no tenía razón de ser, y se le hizo saber cuál sería el resultado si persistía en su rebeldía. Lucifer quedó convencido de que se hallaba en el error. Vio que “el Señor es justo en sus caminos, bondadoso en sus acciones” (Sal. 145: 17), que los estatutos divinos son justos, y que debía reconocerlos como tales ante todo el cielo. De haberlo hecho, podría haberse salvado a sí mismo y a muchos ángeles. Todavía no había desechado completamente la lealtad a Dios. Aunque había abandonado su puesto de querubín protector, si hubiera querido volver a Dios, reconociendo la sabiduría del Creador y conformándose con ocupar el lugar que se le asignó en el gran plan de Dios, habría sido restablecido en su puesto. Había llegado el momento de tomar una decisión final: debía someterse
completamente a la divina soberanía o colocarse en abierta rebelión. Casi decidió volver sobre sus pasos, pero el orgullo no se lo permitió. Era un sacrificio demasiado grande para quien había sido honrado tan altamente el tener que confesar que había errado, que sus ideas y propósitos eran falsos, y someterse a la autoridad que había estado presentando como injusta.
»El Creador compasivo, deseoso de manifestar piedad hacia Lucifer y sus seguidores, procuró hacerlos retroceder del abismo de la ruina al cual estaban a punto de lanzarse. Pero su misericordia fue mal interpretada. Lucifer señaló la longanimidad de Dios como una prueba evidente de su propia superioridad sobre él, como una indicación de que el Rey del universo aún accedería a sus exigencias. Si los ángeles se mantenían firmes de su parte, dijo, aún podrían conseguir todo lo que deseaban. Defendió persistentemente su conducta, y se dedicó de lleno al gran conflicto contra su Creador. Así fue como Lucifer, el “portador de luz”, el que compartía la gloria de Dios, el ministro de su trono, mediante la transgresión, se convirtió en Satanás el “adversario” de Dios y de los seres santos, y el destructor de aquellos que el Señor había encomendado a su dirección y cuidado».— Elena G. de White, Historia de los patriarcas y profetas, cap. 1, pp. 17-18
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