No nos cansemos, pues de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. GAL 6:9
Muy tarde una noche, un padre recibió la llamada telefónica que los padres más temen, por la que siempre oramos que nunca llegue.
Era la patrulla de caminos. Un vehículo que llevaba cuatro adolescentes había perdido el control a alta velocidad y se había impactado contra una barrera. Todos los pasajeros habían fallecido. El oficial en el teléfono dijo: “Creemos que su hija está entre las víctimas”.
Con el rostro angustiado, el padre se dirigió al hospital para identificar el cuerpo de su hermosa hija, cuya vida fue cortada en la mejor época de su vida. Al estar sentado en la sala de emergencia con la cabeza entre sus manos, angustiado y en estado de shock, escuchó a un policía decir que probablemente el alcohol fue la causa del accidente. Se habían encontrado varias botellas de whisky entre los restos, al lado de los cuerpos destrozados.
Ahora el padre tenía en qué enfocar su angustia. Se levantó con furia y amenazó con matar a quienquiera hubiera provisto de alcohol a los cuatro jóvenes. Él encontraría al culpable, ¡costaba lo que costara!
Al volver a su casa, embargado por el dolor y la furia, fue a la cocina y abrió el armario donde guardaba su propia reserva de bebidas alcohólicas. Allí encontró una nota escrita por su hija. Su corazón se detuvo.
La nota decía: “Papá, nos estamos llevando algunas de tus botellas.
Se que no te vas a molestar”.
Las personas a nuestro alrededor aprenden más de nuestro estilo de vidaque de lo que decimos.
Nuestro estilo de vida influye más que nuestras palabras.
Lo que hacemos impacta más que lo que decimos.
Cuando nuestra vida es consistente con nuestras palabras, cambia la vida de los demás.
Las palabras de Jesús tuvieron un impacto tan grande porque sus enseñanzas eran consistentes con la forma en que vivía. Su vida era similar a sus palabras. La muchedumbre podía decir: “Jamás hombre alguno ha hablarlo como este hombre!” (Juan 7:46) porque nunca hubo un hombre que viviera como él.
No había diferencia entre lo que Jesús decía y como él vivía.
Los escépticos pueden debatir una idea, pero no pueden negar el poder de Dios en el maravilloso testimonio de una vida transformada. Cuando los que están más cerca de nosotros vean el amor de Cristo que se revela en todas nuestras acciones, ellos también se maravillarán de su grandeza.