«Que el adorno de ustedes no consista en cosas externas, como peinados exagerados, joyas de oro o vestidos lujosos, sino en lo íntimo del corazón, en la belleza incorruptible de un espíritu suave y tranquilo. Esta belleza vale mucho delante de Dios». 1 Pedro 3:3-4, DHH
LA BELLEZA QUE SE BASA únicamente en la apariencia externa es superficial y cambiante; no se puede confiar en ella. El adorno que Cristo concede a sus seguidores jamás se marchita. […]
Si los jóvenes dedicaran al cultivo del espíritu la mitad del tiempo que emplean haciéndose atractivos exteriormente, ¡qué diferencia se notaría en su comportamiento, palabras y acciones! Los que procuran sinceramente seguir a Cristo deben tener un cuidado intencional en cuanto a la ropa que usan, esforzarse por satisfacer los claros requerimientos que el Señor dio en cuanto al vestir.— The Youth’s instructor, 5 de noviembre de 1896.
Muchos se visten como la gente del mundo para tener influencia. Pasan horas estudiando esta o aquella moda para adornar al pobre cuerpo mortal, y el empleo de ese tiempo es peor que si fuera perdido. Pero con esto cometen un triste y fatal error. Si quieren tener una influencia salvadora, si desean que sus vidas hablen en favor de la verdad, deben imitar al humilde Modelo: deben mostrar su fe haciendo obras justas, y establecer una distinción bien marcada entre ellos y el mundo. Las palabras, el atuendo y las acciones tienen que hablar de Dios. Así, ejercerán una santa influencia sobre todos, y todos aprenderán de ellos que han estado con Jesús. Los incrédulos verán que la fe en la venida de Cristo afecta el carácter. […]
La apariencia exterior es un indicador del estado del corazón. Cuando el corazón es influenciado por la verdad, muere para el mundo; y los que están muertos para el mundo no se ven afectados por las risas, las bromas o las burlas de los incrédulos. Experimentan un ansioso deseo de ser como su Maestro, separados del mundo. No imitarán sus modas ni costumbres. Procurarán constantemente glorificar a Dios y obtener la herencia inmortal y, comparado con eso, cualquier cosa de naturaleza terrenal se hunde en la insignificancia.— The Review and Herald, 9 de septiembre de 1884.