«Para que sean intachables y puros, hijos de Dios sin culpa en medio de una generación torcida y depravada. En ella ustedes brillan como estrellas en el firmamento». Filipenses 2:15, NVI
QUE CADA UNO, por amor de Cristo y por el bien de su propia alma, deseche su asociación con el mundo, con sus costumbres, vanidades y modas. ¡Cuidado con los mandamientos humanos que ensombrecen los santos mandamientos de Dios! El amador de los placeres siempre está insatisfecho, y desea continuamente volver a la excitación de los centros de baile, el teatro y las fiestas. El tiempo que Dios nos dio para prepararnos para la eternidad es empleado por miles de personas para sumergirse en historias de ficción. Así se pervierte el intelecto dado por Dios, se descuida la Palabra de Dios, se privan a la mente y el espíritu del poder moral necesario para luchar contra las faltas, los errores, los hábitos y las prácticas que descalifican al alma para disfrutar de la presencia de Cristo aquí o en la vida inmortal futura. […]
Preguntémonos seriamente y con interés sincero: «¿Cómo está mi alma? ¿Estoy trabajando contra mi Redentor mediante mis hábitos y prácticas?». Preguntémonos: «¿Glorifico a Cristo? ¿Le estoy mostrando a esta generación torcida y desobediente que prefiero sufrir reproches por amor a Jesús?». […] ¿Apuntarán alto los profesos seguidores de Cristo y alcanzarán la norma de la santidad? Es preferible que seamos mundanos que cristianos profesos comunes y corrientes. Atrevámonos a salir del mundo y a ser diferentes. Atrevámonos a ser singulares, porque amamos a Jesús más que al mundo, y a la justicia con persecución más que a la desobediencia con prosperidad mundana. La santa y completa obediencia mediante la dependencia del Señor Jesús fortalecerá al alma para que permanezca firme en la fe y la esperanza del evangelio.
Jesús dijo: «Separados de mí, no pueden hacer nadar» (Juan 15: 5, NTV). La unión con Cristo es el único medio a nuestra disposición para vencer al pecado. Viviendo en Cristo, adheridos a Cristo, sostenidos por Cristo, nutriéndonos de Cristo, damos fruto a la semejanza de Cristo. Vivimos y nos movemos en él; somos uno con él y uno con el Padre. El nombre de Cristo es glorificado en el hijo de Dios que cree. Esta es la religión de la Biblia.— Carta 82, 1895.