Las Bellas Historias de la Biblia Para el: 14 noviembre
LUEGO de todo lo que sucedió ese día frente al tabernáculo, cuando Aarón y sus hijos fueron consagrados al sacerdocio, y pensarías que estos cuatro jovencitos serían los últimos en meterse en problemas en el campamento.
¿No los había lavado Moisés mismo en presencia de todos? Los había vestido con ese ropaje hermoso y limpio. Nadab, Abiú y Eleazar habían colocado sus manos sobre el becerro y el carnero, confesando sus pecados. Y la sangre había sido colocada en sus orejas, en su pulgar derecho y el dedo gordo de sus pies.
¿Cómo podían haber experimentado todas esas ceremonias sin conocer su significado? Y aunque por un momento se hubieran olvidado, cada vez que miraban a su padre, podían ver las palabras: «CONSAGRADO AL SEÑOR».
Lo sabían muy bien. Lo entendían. Moisés no podría haber dejado más en claro lo que Dios deseaba: que fueran los mejores jóvenes en el campamento, un ejemplo para todos los muchachos y las niñas que habían salido de Egipto.
Dios le había dado a Nadab, Abiú, Eleazar e Itamar una maravillosa oportunidad. Cuanto más se piensa en ello, tanto más se ve cuán grande era esta ocasión, y cuánto esperaba Dios de ellos. Debían ser los líderes espirituales de los jóvenes de Israel. Debían ser jóvenes de un carácter tan perfecto y de una vida tan noble, que todos los muchachos y las niñas que los observaran, quisieran ser como ellos.
Pero ¿qué pasó con ellos?
Dos de ellos se emborracharon. No mucho después de la ceremonia de consagración.
No sé de dónde sacaron la bebida. Quizá había alguien en el campamento que tenía una prensa para exprimir uvas; pero ¿de dónde conseguían uvas? Alguien puede haber sabido como fermentar cereal y hacer cerveza, ¿de dónde obtenían el cereal? También puede haber sucedido que las bebidas alcohólicas habían sido traídas de Egipto, pero es difícil pensar que alguien la hubiera introducido de contrabando a través del Mar Rojo en aquella noche de la gran liberación. Todo lo que sabemos es que en el campamento había alcohol, y que Nadab y Abiú lo bebieron.
Es probable que a esos dos muchachos no les importara mucho el haber sido elegidos para trabajar en el santuario. Tal vez ni siquiera querían ser sacerdotes. Puede ser que participaron en toda esa larga ceremonia de consagración solo porque su padre y su tío se lo pidieron. Lo cierto es que el lavamiento que Moisés realizó no había limpiado su corazón, ni la sangre que fue aplicada a sus pies impidió que tomaran el mal camino.
Pero el pecado de usar bebidas alcohólicas no era nada en comparación con el delito que eso los llevó a cometer.
Como su cerebro estaba tan nublado y adormecido por las bebidas alcohólicas, no pudieron diferenciar el bien del mal, y trataron con liviandad sus deberes sagrados. Se preguntaron por qué debían prender sus incensarios en el altar de oro, del incienso, que estaba en el tabernáculo. ¿Por qué no podían encenderlos en cualquier otro lugar que quisieran? ¿Cuál sería el problema si ellos mismos los encendieran?
Así, «Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tornaron cada uno su incensario y, poniendo en ellos fuego e incienso, ofrecieron ante el Señor un fuego que no tenían por qué ofrecer, pues él no se lo había mandado».
Es probable que los dos muchachos hayan caminado tambaleándose por el tabernáculo, moviendo sus incensarios irreverentemente, sin pensar en el significado sagrado de lo que debían estar haciendo en ese momento. Nunca sabremos con exactitud lo que hicieron, pero a Dios le desagradó muchísimo su conducta. No solamente lo habían desobedecido, sino que habían tratado las cosas sagradas y santas como si fueran comunes. Aunque el Señor los había honrado por encima de todos los jóvenes del campamento y había confiado en ellos, Nadab y Abiú le habían fallado.
Dios no podía permitir que una conducta tan provocativa quedara sin reprensión.
Y así, mientras Nada y Abiú estaban en el tabernáculo con «un fuego que no tenían por qué ofrecer», una llamarada de luz provino de Dios. Los dos imprudentes jóvenes fueron repentinamente quemados hasta la muerte. La Biblia dice: «Entonces salió de la presencia del Señor un fuego que los consumió, y murieron ante él».
Las noticias conmovedoras pronto se esparcieron por el campamento. La gente quedó sorprendida al pensar que dos de los que acababan de ser consagrados al sacerdocio habían sido tan imprudentes.
Como se trataba de los hijos de Aarón, todo el mundo esperaba que se hiciera un gran sepelio. Pero no hubo ninguna ceremonia. Moisés no lo permitió. En cambio, pidió a dos de los primos de los hombres que transportaran los cuerpos fuera del campamento y los enterraran. Moisés incluso les dijo a Aarón y sus otros hijos que no debían llorar por ellos ni mostrar, de alguna manera, que no estaban de acuerdo con el juicio de Dios.
Eso debe haberle parecido muy duro a Aarón, porque no solamente había perdido a dos de sus hijos, sino que ni siquiera se le permitía llorarlos, como cualquier padre hubiera querido hacerlo.
Entonces el Señor le habló y le dijo: «Ni tú ni tus hijos deben beber vino ni licor cuando entren en la Tienda de reunión, pues de lo contrario morirán. Este es un estatuto perpetuo para tus descendientes, para que puedan distinguir entre lo santo y lo profano, y entre lo puro y lo impuro».
Ahora Aarón comprendía. La bebida les había robado a sus hijos. La bebida había confundido su mente, de tal manera que no pudieron distinguir entre lo santo y lo profano. La bebida los había llevado a actuar imprudentemente y ese acto los había puesto bajo el terrible juicio de Dios.
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Tomado de: Las Bellas Historias de la Biblia
Por: «Arthur S. Maxwell»
Colaboradores: Miguel Miguel
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