«El vino produce burlones; la bebida alcohólica lleva a la pelea. Los que se dejan llevar por la bebida no pueden ser sabios». Proverbios 20:1, NTV
COMO CRISTIANOS, debemos defender firmemente la temperancia. Nadie es capaz de producir más y de alcanzar sus objetivos con más rapidez que los jóvenes temerosos de Dios. En estos tiempos, los jóvenes en las ciudades deberían unirse para formar un ejército poderoso y decidido para oponerse a toda forma de complacencia egoísta y destructora de la salud. ¡Qué poderosa fuerza podrían constituir para Dios! A cuántos podrían salvar de la desmoralización que acarrea la visita a los salones provistos de música y toda clase de atracciones destinadas a seducir a la juventud. La intemperancia, el libertinaje y la blasfemia son hermanas. Que cada joven temeroso de Dios se ciña la armadura y vaya al frente. Que coloque su nombre en cada resolución que haga. […] Que ninguna excusa le impida firmar sus resoluciones de temperancia. […]
Adán y Eva perdieron el Edén a causa de la intemperancia en el apetito. Si queremos ganar el paraíso de Dios, debemos ser temperantes en todo. ¿Se sonrojará alguno de vergüenza por rechazar una copa de vino o un vaso de espumante cerveza? En vez de ver esto como un acto deshonroso, está sirviendo a Dios al rehusar complacer el apetito, al resistir la tentación. Los ángeles miran tanto al tentador como a los tentados. Complacer el apetito es dar muestra de debilidad, cobardía y vileza. La negación del apetito es honrosa. Las inteligencias superiores del cielo observan el conflicto entre el tentador y el tentado. Cuando el tentado se aleja de la tentación y vence con el poder de Jesús, los ángeles se regocijan y Satanás pierde en el conflicto. […] Todo el que entienda el gran conflicto de Cristo en ocasión de la tentación en el desierto relacionada con el apetito, jamás prestará ni un ápice de su influencia para promover la intemperancia.
Jesús soportó el penoso ayuno por nuestro bien, y venció a Satanás en cada tentación, posibilitando de esta manera que los seres humanos vencieran por sí mismos y por su propia cuenta, mediante la fuerza que le proporciona esta poderosa victoria ganada por Jesús como nuestro sustituto y garantía.— The Review and Herald, 19 de abril de 1887.