Se cuenta la historia de un joven que hizo un viaje por la campiña inglesa. Comenzó a ascender por una cuesta y observo el tranquilo panorama que el gran Artista debió haber pintado.
De pronto el viento arreció, las nubes se amontonaron, relampagueó, y el cielo derramó una lluvia muy fuerte. El joven buscó donde refugiarse, pero los pocos árboles que había en esa colina ofrecían muy poca protección. Se estaba mojando hasta los huesos. Los rayos parecían caer muy cerca.
En ese momento divisó unas rocas que sobresalían cerca de la cima de la loma. Corrió hasta allí y vio que había una hendidura en la roca, una fisura. Era lo suficientemente grande como para que se metiera dentro. La roca se elevaba por encima de él, y lo refugiaba de la lluvia.
Mientras se secaba y esperaba que pasase la tormenta, el joven recordó las lecciones que había aprendido de Dios en su niñez, lecciones de cómo el Padre celestial nos oculta en el refugio de sus manos.
Al volver a su hogar, comenzó a escribir algunas melodías. Una de ellas decía: «Roca de la eternidad, fuiste abierta para mí; sé mi escondedero fiel». Así surgió el himno «Roca de la eternidad» (Himnario adventista, N° 236), que se ha convertido en uno de los himnos más queridos de todos los tiempos.
En las tormentas de la vida la paz proviene de la Roca sólida. En él hay verdadero descanso. Una tranquila seguridad inunda nuestras almas. Al estar seguros en él, nuestros corazones acongojados encuentran la paz y cesan nuestros inquietantes desvelos.
A lo largo de las Escrituras, Cristo es la roca sólida en la cual podemos depender. Él es la piedra inamovible con la cual podemos contar, la fortaleza impenetrable que nos protege del enemigo. Él es nuestro firme fundamento en las tormentas de la vida.
Los salmos describen ricamente esta alusión a las rocas. El Salmo 31:3 declara: «Porque tú eres mi roca y mi castillo». El Salmo 94:22 agrega: «Mas Jehová me ha sido por refugio, y mi Dios por roca de mi confianza». En el Salmo 61:2 el salmista clama: «Cuando mi corazón desmayare, llévame a la roca que es más alta que yo».
Él es nuestro refugio. Nuestra protección. Nuestra defensa. Él es nuestra paz.
«Roca de la eternidad, fuiste abierta para mí; sé mi escondedero fiel».