Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria (Efesios 3:20, 21).
El apóstol Pablo experimentó en su propia vida que el evangelio «es poder de Dios para salvación» (Romanos 1:16). Tras haber tenido una participación activa en el apedreamiento y muerte de Esteban, Saulo encrespó todo su odio, asolando a la iglesia, y «entrando casa por casa, arrastraba a hombres y mujeres y los enviados a la cárcel» (Hechos 8:3). No conforme con eso, y «respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos», les pidió a Anás y a Caifás «cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que, si hallaba algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajera presos a Jerusalén» (Hechos 9:1, 2). Damasco era una importante ciudad ubicada a unos 150 kilómetros [94 millas] de Jerusalén y, como lo ha dicho Flavio Josefo, allí vivía un número significativo de judíos.
Precisamente, mientras iba camino a Damasco, Pablo se encontró con Jesús y pasó de perseguidor a discípulo de Cristo; de rabino judío y orgulloso miembro de la clase farisaica a más grande difusor del mensaje cristiano. El que se consideraba «hebreo de hebreos» ahora sería el instrumento que Dios usaría para llevar el mensaje de salvación a los gentiles. El que se veía a sí mismo como «irreprensible» ahora se considera el primero de los pecadores. Y todo ese cambio lo produjo el evangelio.
Dios hizo que Pablo pasara del «poder de las tinieblas» al «reino de su amado Hijo» (Colosenses 1:13). El poder de Satanás en la vida de Pablo quedó destruido porque en el apóstol comenzó a actuar un poder superior. Cuando Pablo pensaba en eso, no le quedaba más que expresar esta sublime doxología: «Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia, en Cristo Jesús, por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén» (Efesios 3:20, 21).
La palabra griega traducida como «actúa» es energoumenen, de donde procede nuestro vocablo «energía». El poder de Dios energiza nuestra vida y produce un cambio en nosotros. ¿No te gustaría que ese poder comenzará a actuar en tu vida? Si Dios cambió a Pablo, también te cambiará a ti.
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2023 «YO ESTOY CONTIGO» Promesas Bíblicas para vivir confiado Por: VLADIMIR POLANCO Colaboradores: Silvia Garcia y Alexandra Pérez