«En verdad, Dios ha manifestado a toda la humanidad su gracia, la cual trae salvación y nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas. Así podremos vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio». Tito 2:11-12, NVI
SI QUEREMOS HEREDAR la vida eterna, tenemos que realizar una gran obra. Debemos negar la impiedad y los deseos mundanos, y vivir una vida de justicia. […] No hay salvación para nosotros fuera de Jesús, porque mediante la fe en él recibimos poder para ser hijos e hijas de Dios. Pero no se trata de una fe pasajera, sino de una fe que hace las obras de Cristo. […] La fe viva se manifiesta mostrando un espíritu de sacrificio y devoción hacia la causa de Dios. Los que la poseen están bajo el estandarte del Príncipe Emanuel y luchan exitosamente contra los poderes de las tinieblas. Están listos para cumplir cualquier orden dada por su Capitán. Se exhorta a cada uno a ser «ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza» (1 Tim. 4: 12), porque debemos vivir «sobria, justa y piadosamente» (Tito 2: 12) en este mundo malo, exponiendo el carácter de Cristo y manifestando su espíritu. […]
Los que están relacionados con Jesús están en unión con el Hacedor y Sustentador de todas las cosas. Tienen un poder que el mundo no puede darles ni quitarles. Pero mientras se les dan grandes y señalados privilegios, no deben únicamente gozarse en esas bendiciones. Como mayordomos de las múltiples gracias de Dios, deben convertirse en bendiciones para otros. Se les ha dado una gran verdad, «porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará» (Luc. 12: 48). Grandes responsabilidades descansan sobre todos los que han recibido el mensaje para este tiempo. Deben ejercer una influencia que atraerá a otros a la luz de la Palabra de Dios. […] Somos guardas de nuestro hermano. […]
Si somos creyentes verdaderos en Jesús, reuniremos rayos de gloria y proyectaremos luz en el camino tenebroso de los que nos rodean. Revelaremos el carácter misericordioso de nuestro Redentor y muchos serán atraídos por nuestra influencia al «Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1: 29).— The Review and Herald, 6 de marzo de 1888.