Y ninguno dice: ¿Dónde está Dios mi hacedor, que da cánticos en la noche? JOB 35:10
Su nombre era Juliek. El autor Elie Wiesel, ganador del premio Nobel de la Paz, lo conoció en camino a un campo de concentración nazi, Junto con otros cientos de judíos fueron forzados a permanecer durante tres días en unas barracas en el pueblo de Gleiwitz. Apiñados en un cuarto, muchos se sofocaron hasta morir, La mera masa de cuerpos humano simplemente agotó el suministro de aire.
Entre estos cuerpos retorcidos, Elie notó al joven y demacrado Juliek, quien sostenía un vio fría cerca de su pecho. De alguna manera Juliek consiguió guardar el instrumento,kilómetro tras kilómetro durante tormentas de nieve, en la forzada marcha hacia la muerte en Gleiwitz.
Ahora Juliek luchaba por liberar sus piernas. Apretujado entre los cientos de muertos y moribundos, lentamente coloco el arco sobre las cuerdas, y comenzó a tocar una pieza de un concierto de Beethoven. Se produjo una hermosa melodía, pura y misteriosa, en esa horrible habitación.
En la oscuridad Elie escuchó el sonido del violín. Elie sintió como si el alma de Juliek estuviera en el arco, como si toda su vida flotara en las cuerdas. Elie siempre recordaría el rostro pálido y triste del joven mientras se despedía tierna y suavemente de su audiencia de moribundos.
Esa noche Elie se durmió escuchando el concierto the Beethoven. En la mañana vio a Juliek, su cuerpo doblado, muerto. A su lado yacía su violín, roto y pisoteado.
Pero el canto permaneció. La melodía de Juliek se elevó sobre los horrores de esa marcha de la muerte. Ni siquiera la crueldad nazi pudo sofocar su suave delicadeza. El canto de Juliek fue el eco de la belleza de otro mundo. Fue un elocuente testimonio: Hay algo más allá de este sufrimiento e inhumanidad.
Hay un canto que se eleva de la tierra al cielo un canto de un mundo mejor. En medio del sufrimiento, del dolor y de la enfermedad, hay un canto. Un canto del hogar, un canto del cielo, canto de la eternidad. Dios nos da cánticosen la noche, dulces melodías que elevan nuestros corazones de lo que es a lo que será.
Deje hoy que el pensar en el cielo le dé una razón para cantar. Permita que la música de otro mundo, el de Dios, anime su corazón. Deje que la melodía de la eternidad inspire su espíritu. El coro del cielo canta de una tierra donde no habrá más lágrimas, dolor enfermedad, sufrimiento, guerra o muerte. Únase hoy con todo el cielo y permita que su corazón se regocije.