«Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía y por aceptar el evangelio, la salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? O también, ¿cuánto podrá pagar el hombre por su vida?». Marcos 8:35-37, DHH
EL SEÑOR JESÚS […] eleva su voz para romper el hechizo de la infatuación que obra sobre las mentes humanas, y formula esta importante pregunta: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida?». […]
La enfermedad y la muerte campean en el mundo, pero cuán poco sabemos sobre el momento en que terminará nuestro tiempo de gracia. […] Cuántas personas, si fueran llamadas en este momento a rendir cuentas, lo harían con pesar, remordimiento y aflicción, porque el tiempo de gracia que Dios les dio lo emplearon abundantemente en complacerse a sí mismas. Los intereses eternos del alma se han descuidado temerariamente en asuntos sin importancia. La mente se mantiene ocupada, exactamente como Satanás quiere que esté, en intereses egoístas de ningún provecho, mientras el tiempo avanza hacia la eternidad sin que se realice ninguna preparación para el cielo.
¿Qué se puede comparar con la pérdida de un ser humano? Es algo que cada uno debe decidir por su cuenta: si ganar los tesoros de la vida eterna o perderlo todo a causa de su descuido de hacer que Dios y su justicia ocupen el primer lugar en su vida. Jesús, el Redentor del mundo, que dio su vida preciosa para que cada hijo e hija de Adán pudieran vivir eternamente en el reino de Dios, observa con pesar al gran número de cristianos profesos que no lo sirven a él sino a sí mismos. Difícilmente piensan en las realidades eternas, a pesar de que él les llama la atención a la excelsa recompensa que aguarda a los fieles que quieran servirle con sus afectos indivisos. Les muestra las realidades eternas. Les ruega que calculen el costo de ser seguidores obedientes y fieles de Cristo, y les dice: «No se puede servir a Dios y a las riquezas» (Mat. 6: 24, DHH).— Manuscrito 45, 1890.