«Siembren para ustedes la justicia, y cosecharán misericordia. Hagan para ustedes el barbecho, porque este es el momento de buscarme. Entonces yo, el Señor, vendré y los instruiré en la justicia». Oseas 10:12, RVC
QUE CADA MIEMBRO de iglesia considere la necesidad de arar el terreno, de limpiarlo cuidadosamente, y sembrar la semilla y cubrirla con tierra, lo cual constituye el laborioso trabajo del agricultor. Es un proceso duro y minucioso. La siembra de la semilla no siempre es agradable para el que la recibe, y algunas veces le produce dificultades porque no siente la virtud de la Palabra y no se somete al proceso del cultivo de la vida espiritual. Los pecados cometidos requieren un sincero arrepentimiento, así como el duro terreno es arado y los grandes terrones son deshechos para poder sembrar la preciosa semilla. Esto representa la rígida disciplina de Dios. A veces hay rebelión, y entonces la disciplina de Dios debe continuar hasta que se quebranta la terca voluntad y se logra la finalidad buscada.
Esta obra se debe realizar tanto en lo espiritual como en lo material. A menudo se necesita severidad para producir la cosecha espiritual. La gran ley de Dios es que, sin la debida siembra de la simiente y el cultivo, no se recoge la cosecha. Falta la experiencia. Las bendiciones divinas esperan únicamente que los seres humanos trabajen el terreno espiritual del corazón y se preocupen de cuidar el terreno mientras el Señor está sembrando su simiente.
Según sea la siembra que hagamos, será la cosecha. Todos los que estudian la Palabra con el firme propósito de eliminar el pecado de su vida, y que escudriñan las Escrituras para aprender sobre la verdad, recibirán la verdad de la Palabra como un «así dice Jehová». Se arrepentirán ante los severos reproches de la verdad bíblica. […] El que siembra verdadero arrepentimiento, cosechará la recompensa de las buenas obras. Si continúa en la fe, cosechará paz. Si se santifica y se limpia de su apetito por lo bajo y mediocre […] cosechará justicia y amor perfecto. […] Su empeño en la buena obra de alcanzar la victoria lo convierte en un vencedor diario porque mantiene la marca de la perfección de Cristo.— Carta 291, 1903.