«Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando». Juan 15:14, DHH
LOS QUE VIVEN en estrecho compañerismo con Cristo serán promovidos por él a posiciones de confianza. El siervo que hace lo mejor que puede por su Amo es admitido en la familia de Aquel cuyas órdenes obedece con agrado. En el fiel cumplimiento del deber podemos llegar a ser uno con Cristo, porque los que obedecen los mandamientos de Dios pueden hablarle libremente. El que habla más familiarmente con su Guía divino tiene la concepción más exaltada de su grandeza, y es el más obediente a sus mandamientos.
«Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá. Mi Padre es glorificado cuando ustedes dan mucho fruto y muestran así que son mis discípulos. […] Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir se lo he dado a conocer a ustedes» (Juan 15: 7-15, NVI). […]
El carácter del que viene con fe a Dios da testimonio de que el Salvador entró en su vida, dirigiendo todo, penetrándolo todo. Esta persona pregunta continuamente: «¿Es esta tu voluntad, mi Salvador?». Mira constantemente a Jesús, el autor y consumador de su fe. Consulta la voluntad de su Amigo divino en todas sus acciones, porque sabe que en esa confianza está su fortaleza. Ha convertido en un hábito el elevar su corazón a Dios en cada dificultad e incertidumbre. […]
El que acepta a Dios como a su Soberano debe jurarle fidelidad. Debe colocarse el uniforme cristiano y desplegar la bandera que muestra a qué ejército pertenece. Debe dar testimonio público de su lealtad a Cristo. Ocultarlo es imposible. La impronta de Cristo debe aparecer en la vida en forma de obras santificadas.
«Yo soy el Señor su Dios, que los ha apartado de los pueblos. […] Ustedes tienen que serme santos, porque yo, el Señor, soy santo. Yo los he apartado a ustedes de los otros pueblos, para que sean míos» (Lev. 20: 24-26, RVC). […] «A este pueblo lo he creado para mí, y este pueblo proclamará mis alabanzas» (lsa. 43: 21, RVC).— Manuscrito 96, 1900.