«Y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa todo conocimiento para que así sean llenos de toda la plenitud de Dios». Efesios 3:19, RVA15
MUCHOS PIENSAN QUE es imposible escapar del poder del pecado, pero se nos ha prometido que seremos llenos de toda la plenitud de Dios. Apuntamos demasiado bajo. La meta está mucho más alta. Nuestra mente necesita expandirse para poder comprender el significado de la provisión de Dios. Debemos reflejar los atributos más elevados del carácter de Dios. Hemos de estar agradecidos porque no fuimos abandonados a nuestra suerte. La ley de Dios es la norma excelsa que tenemos que alcanzar. […] No debemos andar según nuestras propias ideas, […] sino seguir en los pasos de Cristo.— The Review and Herald, 12 de julio de 1892.
La obra de vencer está en nuestras manos, pero no hemos de vencer por nuestras propias capacidades o méritos, porque no podemos guardar los mandamientos por nuestras propias fuerzas. El Espíritu de Dios debe ayudarnos en nuestras flaquezas. Cristo es nuestro sacrificio y garantía. Él se hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en él. Mediante la fe en su nombre, él nos imputa la justicia y se hace un principio viviente en nuestra vida. […] Cristo nos imputa su carácter sin pecado y nos presenta delante del Padre en su propia pureza.— Ibid.
No podemos proveernos por nuestra cuenta del ropaje de la justicia, porque el profeta dice: «Todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia» Osa. 64: 6, NVI). No hay nada en nosotros con qué cubrir el alma para que no se vea su desnudez. Debemos recibir el ropaje de justicia tejido en el telar del cielo, el ropaje puro de la justicia de Cristo. Tenemos que decir: «Él murió por mí. Él llevó la desgracia de mi alma para que yo venza en su nombre y sea exaltado hasta su trono».— Ibid. 19 de julio de 1892.
Los hijos de Dios tienen el privilegio de estar llenos de toda la plenitud de Dios. «Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén» (Efe. 3: 20, 21).— Ibid.