«Este es el pacto que haré con la casa de Israel: Después de aquellos días (dice el Señor) pondré mis leyes en su mente, y las escribiré sobre su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo». Hebreos 8:10, RVC
LAS BENDICIONES del nuevo pacto se basan únicamente en la misericordia manifestada en el perdón de la injusticia y el pecado. El Señor específica: «Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus maldades» (Heb. 8: 12). Todos los que se humillan de corazón, confesando sus pecados, hallarán misericordia, gracia y seguridad.
¿Ha dejado Dios de ser justo al manifestar misericordia con los pecadores? ¿Ha deshonrado su santa ley, y pasará, por lo tanto, por encima de ella? Dios es fiel. No cambia. Las condiciones de la salvación siguen siendo las mismas. La vida, la vida eterna, es para todos los que obedecen la ley de Dios. La perfecta obediencia, manifestada en pensamiento, palabra y obra, es ahora tan esencial como cuando el intérprete de la ley dijo: «Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?». Jesús le contestó: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? […] haz esto y vivirás» (Luc. 10: 25-28).
Bajo el nuevo pacto, las condiciones por las que se puede obtener la vida eterna son las mismas que bajo el antiguo: una obediencia perfecta. Bajo el antiguo pacto, había muchas ofensas de carácter insolente y atrevido para las que no había un sacrificio especificado por la ley. En el nuevo y mejor pacto, Cristo ha satisfecho la ley en lugar de los transgresores de la ley, si ellos quieren recibirlo por fe como su Salvador personal. […] Misericordia y perdón son las recompensas de todos los que acuden a Cristo confiando en sus méritos para que elimine sus pecados. En el mejor pacto, somos limpiados del pecado por la sangre de Cristo. […] El pecador es incapaz de expiar un solo pecado. El poder está en el don gratuito de Cristo, una promesa apreciada únicamente por los que se percatan de sus pecados y los olvidan poniendo su alma desvalida sobre Cristo, el Salvador que nos perdona. Escribirá en sus corazones su ley perfecta, que es «santa, justa y buena» (Rom. 7: 12, NBV).—Carta 276, 1904.