«Amar a Dios significa obedecer sus mandamientos, y sus mandamientos no son una carga difícil de llevar». 1 Juan 5:3, NTV
LA OBSERVANCIA de los mandamientos de Dios lo honra y glorifica en sus elegidos. Por lo tanto, cada alma a quien Dios le ha dado la facultad de razonar está bajo la obligación de escudriñar la Palabra para averiguar todo lo que él nos ha ordenado como su posesión adquirida. Debemos procurar comprender todo lo que la Palabra requiere de nosotros en el sentido de la obediencia y la observancia de sus preceptos. No podemos manifestar más honor a nuestro Dios, a quien pertenecemos por creación y redención, que dando evidencia ante los seres celestiales, los mundos no caídos y los seres humanos caídos, de que atendemos diligentemente todos sus mandamientos, qué son los principios que gobiernan su reino.
Hemos de estudiar asiduamente para conocer los preceptos de Dios. ¿Cómo podemos ser súbditos obedientes si dejamos de comprender los principios que gobiernan el reino de Dios? Abramos entonces la Biblia, busquemos todo aquello que nos ilumine sobre los preceptos de Dios y, cuando discernamos un «así dice Jehová», no pidamos la opinión de los demás, sino que, cualquiera que sea el costo para nosotros, obedezcamos gozosamente. Entonces, descansará sobre nosotros la bendición de Dios y lo glorificaremos.[…]
Preguntemos a menudo en oración: «Señor, ¿qué quieres que haga? ¿Estoy desatendiendo en alguna forma los preceptos divinos? ¿Estoy colocando de alguna manera mi influencia del lado del enemigo? ¿Estoy descuidando los mandamientos de Dios? ¿Estoy dispuesto a tomar el yugo con Cristo, a levantar la carga y a colaborar con él? ¿Estoy inventando posibles excusas para desobedecerlo? ¿Estoy arriesgándome al desobedecer los preceptos de Jehová claramente revelados, porque no estoy dispuesto a salir del mundo y ser distinto? ¿Tendrá el temor a los seres humanos una mayor influencia sobre mí que el temor a Dios?».
Sometámonos a Dios, diciendo: «Aquí, Señor, yo me entrego a ti. Es todo lo que puedo hacer. No me colocaré en desobediencia a tu ley, porque eso me pondría en las filas del enemigo».— Carta 82, 1895.