«No amen a este mundo ni las cosas que les ofrece, porque cuando aman al mundo no tienen el amor del Padre en ustedes». 1 Juan 2:15, NTV
EL VERDADERO CRISTIANO no tendrá deseos de entrar en ningún lugar de diversión ni participar de actividad alguna sobre la que no pueda pedir la bendición de Dios. No irá al teatro, a los salones de billar ni a los salones de boliche. No se unirá a los alegres bailarines ni participará en ningún otro placer seductor que borre a Cristo de su mente.
A los que fomentan estas diversiones les contestamos que no podemos participar de ellas en el nombre de Jesús de Nazaret. […] Visitemos con nuestra imaginación el Getsemaní y contemplemos la angustia que Cristo soportó por nosotros. Veamos al Redentor del mundo luchando con agonía sobrehumana, con los pecados de todo el mundo sobre él. Escuchemos su oración llevada por la brisa: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mat. 26: 39). Había llegado la hora de las tinieblas. Cristo había entrado en las sombras de la cruz. Debía beber solo la amarga copa. De todos los hijos del mundo que había bendecido y consolado, no había uno solo que lo consolara en esta terrible hora. Lo traicionaron y entregaron en manos de la turba asesina. Desfallecido y cansado, lo arrastraron de un tribunal a otro. […] El que no conoció la mancha del pecado derramó su vida como malhechor en el Calvario. Esta historia debería conmovernos profundamente a todos. El Hijo de Dios se hizo varón de dolores, experimentado en quebranto, a fin de salvarnos. […] Si mantenemos constantemente en nosotros una vislumbre del sacrificio infinito realizado por nuestra redención, el salón de baile perderá su atractivo.
Cristo no solo murió como sacrificio por nosotros, sino que vive como nuestro ejemplo. En su naturaleza humana aparece íntegro, perfecto, inmaculado. Ser cristiano es ser como Cristo. Todo nuestro ser, cuerpo, alma y espíritu debe ser purificado,’ennoblecido y santificado hasta que reflejemos su imagen e imitemos su ejemplo. […] No debemos temer participar en ninguna actividad o recreación que nos ayude en esta obra.
Pero es nuestro deber rechazar cualquier cosa que desvíe nuestra atención o disminuya nuestro empeño.— The Review and Herald, 28 de febrero de 1882.