«¡Espera en el Señor! ¡Infunde a tu corazón ánimo y aliento! ¡Sí, espera en el Señor!». Salmo 27:14, RVC
NINGUNA VIDA ESTUVO tan llena de trabajo y responsabilidad como la de Jesús y, sin embargo, cuán a menudo se le encontraba en oración. Cuán constante era su comunión con Dios. […] Como uno de nosotros, participante de nuestras necesidades y debilidades, dependía enteramente de Dios, y en el lugar secreto de oración, buscaba fuerza divina, a fin de salir fortalecido para hacer frente a los deberes y las pruebas. En un mundo de pecado, Jesús soportó luchas y torturas del alma. En la comunión con Dios, podía descargarse de los pesares que le abrumaban. […]
En Cristo el clamor de la humanidad llegaba al Padre de compasión infinita. Como ser humano, suplicaba al trono de Dios, hasta que su humanidad se cargaba de una corriente celestial que conectaba a la humanidad con la divinidad. Por medio de la comunión continua, recibía vida de Dios a fin de impartirla al mundo. Su experiencia ha de ser la nuestra. «Vengan conmigo» (Mar. 6:31, RVC), nos invita. Si tan solo escuchásemos su palabra, seríamos más fuertes y útiles. […] Si hoy tomásemos tiempo para ir a Jesús y contarle nuestras necesidades, no quedaríamos chasqueados; él estaría a nuestra diestra para ayudarnos. […]
En todos los que reciben la preparación divina, debe revelarse una vida que no está en armonía con el mundo, sus costumbres o prácticas; y cada uno necesita tener experiencia personal en cuanto a obtener el conocimiento de la voluntad de Dios. Debemos oírlo individualmente hablarnos al corazón. Cuando todas las demás voces quedan acalladas, y en la quietud esperamos delante de él, el silencio del alma hace más distinta la voz de Dios. Nos invita: «Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios» (Sal. 46:10, NVI). Solamente allí puede encontrarse verdadero descanso. Y esta es la preparación eficaz para todo trabajo que se haya de realizar para Dios. Entre la muchedumbre apresurada y el recargo de las intensas actividades de la vida, el alma que es así refrigerada quedará rodeada de una atmósfera de luz y de paz.
La vida respirará fragancia, y revelará un poder divino que alcanzará a los corazones humanos. — El Deseado de todas las gentes, cap. 38, pp. 335, 336.