Iban por el camino subiendo a Jerusalén; y Jesús iba delante, y ellos se asombraron, y le seguían con miedo.
Marcos 10:32.
Jesús iba a Jerusalén, donde sería entregado como criminal para morir en una cruz. En Jerusalén morían los profetas (ver Lucas 13:33). En tres ocasiones Jesús se había reunido aparte con sus discípulos para detallar su sufrimiento y muerte (Marcos 8:31; 9:30, 31; 10:32-34), pero ellos no lograban comprender. Solo podían ver al Mesías como un victorioso guerrero. ¿Qué mensaje te está repitiendo Jesús que te niegas a comprender?
Jesús sabía lo que enfrentaría, y no tenía miedo. Caminó los 35 kilómetros [22 millas] de Jericó a Jerusalén, con un cambio de altura de 913 metros [3000 pies] con su frente en alto, su mirada firme y su espalda recta. Iba un paso delante de los discípulos, contrario a su costumbre, meditando en lo que afrontaría. Este inusual comportamiento preocupó a los discípulos. “Su corazón tenía la paz de la perfecta unidad con la voluntad del Padre, y con paso ansioso avanzaba hacia el lugar del sacrificio. Pero un sentimiento de misterio, de duda y temor, sobrecogía a los discípulos. El Salvador ‘iba delante de ellos, se espantaban, y le seguían con miedo’” (DTG, p. 501).
La diferencia entre la seguridad de Jesús y el miedo de los discípulos era la comprensión de la misión. Si comprendiéramos nuestro cometido, los miedos quedarían atrás, enfrentaríamos cualquier peligro con tenacidad. Pero, como los discípulos, caminamos un paso atrás, con miedo, con más preguntas que respuestas, con ansiedades innecesarias.
Llegaron a Jerusalén un viernes, siete días antes de que se cumpliera lo predicho, pero los discípulos seguían discutiendo sobre quién merecía ser el mayor entre ellos. Durante la larga jornada Jesús les explicó la recompensa de la fidelidad y el sufrimiento que les esperaba. Les enseñó más sobre el liderazgo: ser líder es tener corazón de siervo, es llevar las flaquezas de los más débiles, es enseñar por ejemplo y no por doctrina. Los principios de su reino eran el amor y el servicio. Les había dado ejemplo: “Él había aquietado sus temores, aliviado sus sufrimientos y conformado sus pesares, los había librado de los peligros y con paciencia y ternura les había enseñado, hasta que sus corazones parecían unidos al suyo, y en su ardor y amor anhelaban estar más cerca de él que nadie en su reino” (DTG, p. 502).
¡Pídele a Dios que te dé un corazón de sierva para comprender tu misión!