martes , 22 abril 2025
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Las Bellas Historias de la Biblia

TERCERA PARTE – HISTORIA 03: LA CAMINATA A TRAVÉS DEL MAR

EL DÍA siguiente, antes que el sol se asomara, los israelitas ya estaban levantando el campamento. Todos querían ponerse n marcha tan pronto como fuera posible. Rápidamente, alimentaron a los animales y prepararon el desayuno para los niños. En seguida, cuando la columna de nube comenzó a avanzar, los que estaban al frente la siguieron y, muy pronto, la caravana entera estuvo en movimiento.

Todos, como es lógico, pensaban marchar en línea recta hacia Canaán, y en ese caso el viaje les hubiera llevado unos pocos días. Sin embargo, al llegar a un lugar llamado Etam, situado a menos de 250 kilómetros de la frontera de Canaán, Moisés dio la orden de que se dirigieran hacia el sur, «el camino del desierto, en dirección al Mar Rojo».

Todos se sorprendieron, y más de uno habrá dicho: «¡Estamos yendo en rumbo equivocado! ¡Este no es el camino hacia Canaán!»

Pero Dios tenía un propósito al dirigir a su pueblo en esa dirección. Si los israelitas hubieran ido directamente hacia Canaán, habrían debido atravesar la tierra de los filisteos, que los hubieran atacado. Y el Señor sabía que, si el pobre pueblo de Israel, recién salido de la esclavitud, hubiera tenido que combatir tan pronto, se habría desanimado y regresado a Egipto.

Por eso, la caravana avanzó en dirección equivocada, o por lo menos así lo parecía en ese momento. Puedes imaginarte cómo durante ese día todos habrán estado observando atentamente la columna de nube para ver si iba a cambiar de rumbo y encaminarse en la dirección que ellos creían correcta. Pero no ocurrió. Al contrario, siguió avanzando lentamente hasta llegar a un paraje llamado Pi Ajirot. en la costa del Mar Rojo. Allí Moisés dijo al pueblo que acampara para pasar la noche.

Estoy seguro de que mientras preparaban la cena todos deben hacer estado comentando la situación. Hasta creo oír a uno decir:

—Parece que en lugar de ir a Canaán, estamos yendo hacia Etiopía…

Otro agregaba:

—¡Qué buen lugar para ser acorralados por los egipcios, si se les ocurre perseguirnos! Tenemos las montañas por un lado y el Mar Rojo por otro.

Y más de un niño habrá preguntado:

—¿Vamos a cruzar el mar, papá? Pero ¿dónde están los barcos?

De repente, se oyó un grito de alarma. Un hombre señaló con agitación el camino por donde acaban de pasar. A la distancia, se levantó una nube de polvo. ¡En medio de ella hay muchos hombres a caballo! ¡Y centenares de carruajes que avanzan a toda velocidad! ¡Son los egipcios!

Ha ocurrido justamente lo que los hebreos más temían: El faraón ha cambiado de idea. No solo quiere vengar la muerte de su hijo mayor y la de miles de sus súbditos, sino que también ansía recobrar a sus esclavos. Ya se ha olvidado de las plagas y está decidido a recuperar todo el ganado y las joyas que los israelitas se han llevado.

Fue así: cuando sus ayudantes le informaron que los hebreos habían huido llevándose consigo todo el ganado, al principio le pareció imposible. Pero al convencerse de que era verdad, había exclamado: «¡Pero qué hemos hecho! ¿Cómo pudimos dejar que se hieran los israelitas y abandonaran su trabajo?»

«Al momento ordenó el faraón que le prepararan su carro y, echando mano de su ejército, se llevó consigo seiscientos de los mejores carros y todos los demás carros de Egipto» y salió «en persecución de los israelitas… Todo el ejército del faraón… salió tras los israelitas y les dio alcance cuando éstos acampaban junto al mar».

Paralizados de espanto, los pobres hebreos veían avanzar hacia ellos los carros a toda velocidad. Ellos sabían muy bien cuán crueles podían ser los egipcios. Conocían también la suerte que les esperaba bajo sus látigos, espadas y lanzas. Por eso corrieron hacia Moisés y aterrorizados casi le gritaron:

—»¿Acaso no había sepulcros en Egipto, que nos sacaste de allá para morir en el desierto?»

¡Qué momento tan dificil para Moisés! Él también veía el avance de los egipcios, y bien sabía lo que harían con él si lo atrapaban. Sin embargo, no tenía miedo. Estaba seguro de que Dios no había traído a su pueblo a ese lugar para hacerlo perecer a manos de los egipcios. Él no había olvidado los milagros extraordinarios que el Señor había efectuado hacia una semana, y tenía la plena seguridad de que Dios realizaría otro milagro si era necesario.

—»No tengan miedo —les respondió Moisés—. Mantengan sus posiciones, que hoy mismo serán testigos de la salvación que el Señor realizará en favor de ustedes. A esos egipcios que hoy ven, ¡jamás volverán a verlos! Ustedes quédense quietos, que el Señor presentará batalla por ustedes».

Y mientras Moisés todavía estaba hablando, algo notable comenzó a ocurrir. La columna de nube avanzó misteriosamente hacia los egipcios, que seguían en su rápida carrera, y se colocó como una barrera entre ellos y los aterrorizados hebreos. Al caer la noche, la nube cubrió de tinieblas a los egipcios, mientras arrojaba una luz tibia y reconfortante sobre el campamento israelita.

Moisés oró a Dios, contándole todo lo que había sucedido.

Pero ese no era un momento solo para orar sino también para actuar. «El Señor le dijo a Moisés: ‘¿Por qué clamas a mí? ¡Ordena a los israelitas que se pongan en marcha!»»

Repentinamente el viento comenzó a soplar. ¡Y qué viento! Venía del Este con gran furia, y a la vez que levantaba enormes nubes de arena en el desierto, agitaba el Mar Rojo, convirtiéndolo en una revuelta masa de olas espumosas.

De pie en la playa, con la vara extendida hacia el mar, Moisés contempló el tremendo espectáculo. Porque aquello era más que una tormenta común. Dios estaba obrando por medio del viento. ¡Estaba preparando un camino para que los israelitas crucen el mar en seco!

Empujada por el viento, el agua se va retirando más, más y más ¡hasta que apareció el fondo del mar! Ahora se podía ver un ancho camino de tierra firme que iba de playa a playa.

—¡Avancen! —grita Moisés al pueblo, sabiendo que el Señor ha preparado esta escapatoria para los israelitas.

Me pregunto quién habrá sido el primero… Porque hay que ser valiente, muy valiente, para comenzar a descender por ese improvisado camino entre altas murallas de agua. ¡Qué lástima que no sepamos quién fue! Tal vez un muchachito que llevaba a su perro. Quizá una niña valiente, ansiosa por salvar a su hermanita. Lo cierto es que alguien se atrevió primero que los demás a caminar por esa extraña avenida que el viento había cavado en medio del mar tormentoso.

Luego, otro más se animó a ir, y otro, y otros… mientras en la playa una larga columna de miles aguardaba su turno.

Ahora son varios centenares de personas los que avanzan, mitad caminando y mitad corriendo, por este sendero cavado en el mar, mientras docenas de bueyes, vacas, borricos, chivos, ovejas y perros marchan con ellos tan rápido como pueden, atravesándose más de una vez en el camino de los demás.

¡Qué espectáculo inolvidable! Moisés sostenía incansablemente a vara extendida, mientras el viento furioso hacía flamear su barba blanca; los altos muros de agua de color verde oscuro, con las cimas coronadas de espuma; las muchedumbres que se precipitaban ansiosas en busca de un lugar seguro; una anciana que castiga nerviosamente a su caprichoso borrico; una madre que arrastra de la mano a sus hijos aterrorizados; dos pícaros muchachitos que arrojan piedras a las murallas de agua; y toda esa admirable escena iluminada por el brillante resplandor de la columna de fuego.

¿Podría Israel olvidar alguna vez esa noche?

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Tomado de: Las Bellas Historias de la Biblia
Por: «Arthur S. Maxwell»
Colaboradores: Norma Jeronimo & Miguel Miguel

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