«Ten misericordia de mí, Dios, ten misericordia de mí, porque en ti ha confiado mi alma y en la sombra de tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos». Salmo 57:1
ME ENTRISTECE MUCHO que personas que desean obedecer a Dios confíen tanto en la compasión y la ayuda humanas, que tantas veces producen frustración. Pero Dios, el Dios vivo, es inmutable. Es el mismo Salvador bondadoso, tierno, compasivo y amante, ayer, hoy y por siempre. Satanás ahora está trabajando con todo su poder, sin dejar de probar ningún medio, para perturbar las mentes de aquellos que ven cometer errores a otros de larga experiencia. Pero Jesús es perfecto. […] Confiemos completamente en Dios. Oremos, oremos, oremos, oreemos con fe. Luego confiemos a Dios la protección de nuestra alma. Él guardará a todo aquel que esté comprometido con él cuando llegue aquel día. […] Andemos humildemente con Dios. El Señor ve cada pesar, cada aflicción, cada prueba que asedia al alma humana, y sabe cómo aplicar el bálsamo. […]
Junto a Dios podemos actuar valientemente. Contémoslo al Señor en oración, conversémoslo con el Señor: «Te buscaré, te seguiré, te serviré. Moraré bajo la sombra de tus alas. Mándame como quieras, porque obedeceré tu voz». Sometámonos a la dirección celestial. Cuando lleguen las pruebas, tengamos paciencia. Esperemos en el Señor y tengamos en vista un propósito: procurar el bien eterno de aquellos con quienes nos relacionemos, manteniendo nuestra integridad en la fortaleza de nuestro Dios. Él cumplirá su promesa. Tendremos nuestro pan y nuestra agua estará asegurada. Esto no significa únicamente pan y agua temporales, sino también el pan y el agua de la vida eterna.
Permanezcamos en Dios. Trabajemos bajo la dulce influencia de su gracia. La verdad de Dios que santifica el corazón del creyente guía nuestra vida. Podemos permanecer firmes y seguros. […] Confiemos plena e inconmoviblemente en Dios.
Él es el Consejero admirable, el Dios poderoso, el Padre eterno, el Príncipe de Paz. Podemos mantener la conciencia limpia y en paz, y confiar serenamente en Dios. — Carta 126, 1895