«Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando cayereis en diversas tentaciones; sabiendo que la prueba de vuestra fe obra paciencia. Mas tenga la paciencia perfecta su obra, para que seáis perfectos y cabales, sin faltar en alguna cosa». Santiago 1:2-4, SRV-BRG
ESTE PASAJE NO DICE que debemos sentirnos gozosos cuando caemos bajo la tentación, sino cuando caemos en tentación. No es necesario caer bajo la tentación, porque la tentación nos sobreviene para probar nuestra fe. Y la prueba de la fe obra paciencia, no mal humor ni murmuración. Si ponemos nuestra confianza en Jesús, él nos protegerá en todo momento y será nuestro baluarte y escudo. Debemos aprender lecciones valiosas de las pruebas. Pablo dice: «Y no solo esto, más aún nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios está derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado» (Rom. 5:3-5, SRV-BRG).
Pareciera que muchos creen que es imposible no caer bajo la tentación, que no tienen poder para vencer, y pecan contra Dios con sus labios hablando de desánimo y dudas, en lugar de manifestar fe y valor. Cristo fue tentado en todo como nosotros, pero no pecó. Dijo: «Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí» (Juan 14: 30). ¿Qué significa esto? Significa que el príncipe del mal no podía encontrar en Cristo un terreno propicio para tentarlo, lo cual también puede ser válido con nosotros. […]
Cuando hablamos de desánimo y lobreguez, Satanás escucha con enorme placer, porque le agrada saber que nos ha puesto en servidumbre. Satanás no puede leer nuestros pensamientos, pero puede ver nuestras acciones y escuchar nuestras palabras y, gracias a su largo conocimiento de la humanidad, formar sus tentaciones para sacar ventaja de los puntos débiles de nuestro carácter. ¡Y con cuánta frecuencia le revelamos el secreto de cómo obtener la victoria sobre nosotros!
Debemos aprender a acudir a Dios en todas y cada una de nuestras emergencias, como un niño acudiría a sus padres. […] No acudamos a otros con sus juicios y tentaciones. Solo Dios puede ayudarnos. Si cumplimos las condiciones de las promesas de Dios, las promesas se cumplirán en nosotros. […] Tendremos un ancla para el alma, tanto segura como firme. — The Review and Herald, 19 de mayo de 1891.