Vienen a Jesús, y ven al que había sido atormentado del demonio, y que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio cabal; y tuvieron miedo. Marcos 5:15
Los discípulos estaban a punto de ser testigos de otro maravilloso milagro de Jesús. Llegaron a la otra orilla del mar de Galilea, donde vivían los gadarenos. Apenas se bajaron del bote, un hombre endemoniado se les acercó. Era una amenaza para la comunidad y nadie lo podía dominar (ver Marcos 5:2-4). Nadie excepto Jesús. Los discípulos tuvieron terror ante tan repugnante escena, y se alejaron para evitar la presencia del poseído (ver DTG, p. 304).
Ese fue el único motivo por el cual Jesús visitó esa región; salió de allí una hora más tarde, no predicó ningún sermón, no sanó a nadie más. Había ido allí exclusivamente para liberar aquella alma controlada por Satanás. Ordenó que la legión de espíritus malignos abandonara el cuerpo de aquel desdichado y fueran a parar a un hato de cerdos. El que había calmado la tempestad no temería a los endemoniados. El Señor de la tormenta también era el Señor de los demonios.
Aquel hombre endemoniado estaba sin ropa (Lucas 8:27), inquieto, dando voces (Marcos 5:5) y fuera de sí (vers. 2-7). Impotentes ante la majestuosa presencia de Jesús, los demonios reconocieron su divinidad y se postraron ante él (vers. 6). El liberado de los demonios entonces quedó “sentado, vestido y en su juicio cabal” (vers. 13). Este mismo Jesús está dispuesto a cruzar mares enfurecidos con el solo propósito de encontrarte, sanarte y liberarte. Nadie pareció impresionarse con tal milagro de sanidad. “Pero la gente que contemplaba esta maravillosa escena no se regocijó. La pérdida de los cerdos le parecía de mayor importancia que la liberación de estos cautivos de Satanás… La manifestación del poder sobrenatural despertó las supersticiones de la gente y excitó sus temores” (DTG, p. 305).
Los habitantes del lugar se llenaron de miedo cuando se enteraron del milagro y la pérdida de los cerdos. ¿Miedo a que? “Ellos temían la ruina financiera, y resolvieron librarse de su presencia… Con terror la gente se agolpó alrededor de Jesús rogándole que se apartase” (Ibíd., pp. 305, 306). Cuando el temor de Jesús no llena el corazón, el miedo se posesiona del alma. El Señor sobre toda posesión demoníaca los había visitado, pero ellos prefirieron sus posesiones.
Le pidieron a Jesús que abandonara su ciudad, y así lo hizo. Jesús jamás se queda donde no es bienvenido, ni entonces ni ahora.
¡Anhela su presencia y ponlo en primer lugar en tu vida!