«El Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. Hasta ahora, ustedes no han pedido nada en mi nombre; pidan y recibirán, para que su alegría sea completa». Juan 16: 23-24, DHH
LOS DISCÍPULOS DE CRISTO, que lo acompañaban diariamente, no comprendían su misión. Lo amaban como su gran Maestro, pero sus mentes estaban nubladas, por lo que no siempre discernían su carácter divino. No conocían sus recursos ilimitados y su poder. Aunque habían presenciado sus milagros, no discernían su relación con el Padre. Justamente antes de su muerte, les dijo: «Hasta ahora, ustedes no han pedido nada en mi nombre». Con palabras sencillas, Jesús les explicó que el secreto de su éxito estaría en pedirle fortaleza y gracia al Padre en su nombre. Él estaría ante la presencia del Padre para solicitar en su nombre. […]
Debemos familiarizarnos más con los términos bajo los cuales depende nuestra salvación, y comprender mejor la relación que Cristo tiene con nosotros y con el Padre. Él ha prometido honrar el nombre de su Hijo cuando lo pronunciemos ante el trono de la gracia. Deberíamos considerar el gran sacrificio que se realizó por nosotros para conseguirnos el manto de la justicia, tejido en el telar del cielo. Nos ha invitado a la fiesta de bodas y ha provisto un traje para cada uno. El ropaje de la justicia ha sido comprado a un costo infinito; y cuán atrevido es el insulto que asciende al cielo cuando alguien se presenta a sí mismo como candidato a la fiesta de bodas llevando su traje de justicia propia. ¡Cómo deshonra a Dios, mostrando abiertamente su desprecio por el sacrificio realizado en el Calvario! […]
Nadie probará de la cena de las bodas del Cordero si no tiene el traje de boda. Pero Juan escribió: «El que salga vencedor se vestirá de blanco. Jamás borraré su nombre del libro de la vida, sino que reconoceré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles» (Apoc. 3: 5, NVI).
Entonces, antes de que sea eternamente demasiado tarde, vaya cada uno al Mercader celestial en busca de las vestiduras blancas, el colirio, el oro refinado en el fuego y el aceite de la gracia celestial.— The Youth’s Instructor, 30 de enero de 1896.