«Hermanos, cuídense de que ninguno de ustedes tenga un corazón tan malo e incrédulo que se aparte del Dios viviente». Hebreos 3:12, DHH
CUANDO EL REDENTOR del mundo anduvo entre los seres humanos, muchos que se identificaban con él como discípulos suyos, con el tiempo lo dejaron para convertirse en sus peores enemigos. El Salvador probó su fe y desarrolló el verdadero carácter de los creyentes más fervorosos aplicando las verdades espirituales a sus corazones. […]
Debían ser como Cristo, humildes y mansos de corazón, abnegados, desinteresados; tenían que andar en el camino estrecho recorrido por el Hombre del Calvario si querían participar en el don de la vida y la gloria del cielo. Pero la prueba fue demasiado grande. No anduvieron más con él. No pudieron soportar sus dichos ni comprender la naturaleza de la verdad que enseñaba. […]
La obra de apostasía comienza con alguna rebelión secreta del corazón contra los requerimientos de la ley de Dios. Se fomentan y complacen deseos impíos y ambiciones ilícitas y, como resultado, la incredulidad y las tinieblas separan al alma de Dios. Si no vencemos estos males, ellos nos vencerán. Los que han recorrido los caminos de la verdad durante largo tiempo serán probados con tentaciones y pruebas. Los que escuchan las sugestiones de Satanás y se apartan de su integridad inician la senda descendente, y alguna tentación imperiosa apresura su avance en el camino de la apostasía, hasta que su descenso se hace evidente y rápido. […]
Debemos estar constantemente en guardia, y velar y orar para no caer en tentación. La complacencia del orgullo espiritual, de los deseos profanos, de los malos pensamientos, de cualquier cosa que nos aleje de una asociación íntima y santa con Jesús, pone en peligro nuestra alma. […] Si la idea de la apostasía nos resulta penosa y no queremos convertirnos en enemigos de la verdad, en los acusadores de nuestros hermanos, entonces aborrezcamos «lo malo» y apeguémonos «a lo bueno» (Rom. 12: 9, DHH); creamos en el «que es poderoso para cuidar» de que no caigamos (Jud. 24).— The Review and Herald, 8 de mayo de 1888.