«El oro, aunque perecedero, se acrisola al fuego. Así también la fe de ustedes, que vale mucho más que el oro, al ser acrisolada por las pruebas demostrará que es digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele». 1 Pedro 1:7, NVI
CREAMOS EN JESÚS, confiando en él implícitamente, aunque seamos probados como por fuego. […] Podemos amar más a Cristo y aumentar nuestra capacidad de amarlo, contemplando su amor y hablando de él. Cultivemos el hábito de hablar con el Salvador cuando estemos solos, cuando caminemos y trabajemos. Dejemos que la gratitud y el agradecimiento asciendan a Dios porque amamos a Jesús y él nos ama a nosotros. […]
El Señor Jesús se entregó como sacrificio por nosotros. Él nos conoce y sabe qué necesitamos. La prueba dura solamente un tiempo. Animémonos con fe. No debemos considerar las pruebas como un castigo. Cristo es el portador del pecado. Es nuestro Redentor y quiere purificarnos de toda la escoria. Desea hacernos partícipes de la naturaleza divina, desarrollando en nosotros los frutos pacíficos de la justicia. El mismo hecho de que tengamos que soportar pruebas muestra que el Señor Jesús ve en nosotros algo de mucho valor que desea desarrollar. Si no viera en nosotros nada con lo cual glorificar su nombre, no gastaría tiempo refinándonos. No nos tomamos el trabajo de podar las zarzas. Cristo no arroja piedras sin valor en su horno. Lo que prueba es el mineral precioso. Hace que el proceso refinador reproduzca su propia imagen. Confiemos, tengamos esperanza, seamos fuertes en el Señor y en el poder de su fortaleza. Él nos ama. Escuchemos sus palabras: «Yo reprendo y castigo a todos los que amo» (Apoc. 3:19). Él no nos pasa por alto como indignos de una prueba.
¿Cuál es el resultado de este proceso refinador? Que seamos hallados dignos «de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo se revele» (1 Ped. 1:7, NV1). ¡Cuánto valor tiene para nosotros una sola palabra de estímulo de los labios del Redentor! Tal vez no lo comprendamos todo ahora, pero llegará el día en que quedaremos más que satisfechos, en el que veremos como se nos ve a nosotros y en el que nos daremos cuenta de que el juicio produce en nosotros «un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2 Cor. 4:17). — Carta 113, 1898.