«Oye, Dios, mi clamor; atiende a mi oración. Desde el extremo de la tierra clamaré a ti cuando mi corazón desmaye. Llévame a la roca que es más alta que yo». Salmo 61:1-2
CUANDO ESTAMOS PREOCUPADOS, cuando estamos asediados por la tentación, cuando los sentimientos y los deseos del corazón natural luchan por obtener la victoria, debemos ofrecer oraciones fervientes, importunas a nuestro Padre celestial en el nombre de Cristo; las cuales harán que Jesús venga a nuestro socorro, para que, mediante su nombre poderoso y eficaz, podamos lograr la victoria y alejar a Satanás de nuestro lado. Pero no debemos halagarnos a nosotros mismos pensando que estamos seguros mientras hacemos solo esfuerzos débiles en nuestro favor. Estas palabras de Cristo deberían tener un gran significado para nosotros: «Esfuércense por entrar por la puerta angosta» (Luc. 13: 24, NTV).
El peligro que nos amenaza no viene de la oposición del mundo, sino que reside en la amistad que mantenemos con el mundo y en nuestra imitación del ejemplo de los que no aman a Dios ni a su verdad. La pérdida de cosas terrenas por amor a la verdad, el pasar grandes inconvenientes por lealtad a los principios, no nos coloca en peligro de perder nuestra fe y esperanza, pero corremos el riesgo de experimentar pérdida por ser engañados y vencidos por las tentaciones de Satanás. Las pruebas serán beneficiosas si las soportamos sin murmurar, tenderán a separarnos del amor del mundo y nos llevarán a confiar más plenamente en Dios.
Solamente en Dios tenemos ayuda. No debemos alardear de que tenemos poder o sabiduría en nosotros mismos, porque nuestro poder es debilidad y nuestro juicio es necedad. Cristo venció al enemigo por nosotros, porque tuvo compasión de nuestra debilidad y sabía que seríamos vencidos y pereceríamos si él no acudía a nuestro socorro. Cubrió su divinidad con la humanidad, y así estuvo en condiciones de alcanzarnos con su brazo humano, mientras que con su brazo divino se aferraba al trono del Infinito.
Los méritos de Cristo elevan y ennoblecen a la humanidad, y a través del nombre y la gracia de Cristo, los seres humanos pueden superar la degradación causada por la caída. A través de la naturaleza excelsa y divina de Cristo pueden vincularse con el infinito. — The Review and Herald, 5 de febrero de 1895.