Ellos no lo entendían, pero tenían miedo de preguntarle. Marcos 9:32, NBV.
Jesús relató a sus discípulos lo que acontecería, pero ellos estaban distraídos, discutiendo quién sería el mayor en el reino. Cuando Jesús les preguntó la razón de la discusión, ellos guardaron silencio. ¿Qué contestarías si Jesús te preguntara de qué temas sueles discutir con tus familiares y amigos? ¡Cuan fácil es entretenerse en intereses temporales! Ellos habían sido testigos de muchos milagros, por lo cual llegaron a tener una relación de familiaridad con los hechos divinos. Lo que inicialmente vieron como sobrenatural se volvió normal para ellos. Tenían su propia idea de cuál era la misión del Mesías, y se negaban a aceptar cualquier otra. No renunciaron a las expectativas de ser parte de un poderoso imperio. Tampoco preguntaron mucho, por miedo a recibir como respuesta algo que no querían oír. El miedo a preguntar limitó su aprendizaje.
A veces nos aislamos de la realidad porque tenemos miedo a escuchar algo que no deseamos oír. No aceptamos lo que no encaja con nuestras expectativas y no preguntamos por miedo a la respuesta. Los discípulos fueron lentos para aprender que la grandeza y el poder se miden de manera distinta en el cielo y en la tierra; que, paradójicamente, el poder se perfecciona en la debilidad, y que cuando somos débiles es cuando somos fuertes (ver 2 Corintios 12:9,10).
¡Discutían quién sería el mayor, y el más grande de todas las épocas estaba en su medio! Se volvieron ciegos a tanta grandeza mientras solo se miraban y se comparaban entre sí. Mientras discutas y te comparas con otros, será imposible que contemples y comprendas a cabalidad la grandeza divina. Cuando destacamos nuestra grandeza, demostramos la pequeñez de nuestra alma (ver 5CBA, p. 621).
Jesús les compartió un principio básico de liderazgo, aún aplicable hoy: un líder es primero un servidor. Acepta las limitaciones de madurez de cada individuo y ayúdalos a crecer. Acepta y celebra la diversidad. Sé fiel a tu compro- miso. “Antes de la honra viene la humildad. Para ocupar un lugar elevado ante los hombres, el Cielo elige al obrero que, como Juan el Bautista, toma un lugar humilde delante de Dios. El discípulo que más se asemeja a un niño es el más eficiente en la labor para Dios. Los seres celestiales pueden cooperar con aquel que no trata de ensalzarse a sí mismo sino de salvar almas. El que siente más profundamente su necesidad de la ayuda divina la pedirá; y el Espíritu Santo le dará vislumbre de Jesús que fortalecerán y elevaran su alma” (DTG, p. 403).
Pídele a Dios un espíritu humilde y servicial, un liderazgo que le honre.